¡“Porfito”, que no llueva en Tanabata! 🙏🏻 😉n
Vuelan las grullas
sobre el amanogawa
¡Qué larga espera!
¿Lloverá la noche del siete de julio? ¡Por favor, no! ¡Por favor, no!
El séptimo día del séptimo mes (shichigatsu no nanoka) es una fecha mágica. Si nos pusiéramos rigurosos (que no lo vamos a hacer), tendríamos que tener en cuenta que este día y este mes se corresponden con un calendario que no es el gregoriano. Pero, para la magia y para el amor, ¿qué más dará?, digo yo.
Tanabata es la noche de las estrellas, y no porque se trate del título de un programa de variedades de sábado por la noche, a lo José María Íñigo. Es la noche de verdad de las estrellas porque, si no llueve, Orihime y Hikoboshi pueden unirse. ¡Y están todo el año separados! El río Amanogawa, La vía Láctea, se lo impide.
Cuenta la historia china, recogida devotamente en el Japón Heian, que la princesa Orihime (estrella Vega), hija del Dios del cielo y tejedora de las ropas de los dioses, vivía tan dedicada a su trabajo que no tenía tiempo para el amor, y estaba muy triste. Ya lo decía Lorelei Lee (Marilyn Monroe) en «Los caballeros las prefieren rubias»: si una chica no tiene dinero (o tiene que trabajar mucho, digo yo), no tiene tiempo para el amor.
Por otra parte, al otro lado del río Amanogawa (la Vía Láctea) vivía un joven pastor de bueyes, Hikoboshi (Altair), muy apuesto y muy trabajador también. Para arreglar la situación el padre de la estrella-chica los presenta y…. ¡Pataplán! Se enamoran a primer destello. Y, como suele suceder, empiezan los problemas.
Orihime empieza a preferir tejer sus brazos con los de Hikoboshi y dejar a un lado el telar. Y no digo nada de los bueyes del «estrello», que andan flotando por las nubes, en todos los sentidos.
Y el dios del cielo se cabrea pero bien. Se olvida de que fue él el que la lio y les condena a vivir separados, cada uno a un lado del Amanogawa. ¡Ay que fastidiarse con la explotación divina!
Pero Orihime llora y protesta (de Hikoboshi no se dice nada, que debía de ser un celestial soca de mucho cuidado), y su padre concede que se vean una vez al año: el séptimo día del séptimo mes. Desde luego, tampoco es que la gracia sea mucha, pero se conforman. Como dice ahora la gente: «Es lo que hay» (y mira que odio esta expresión).
Y… ¡¡¡Tachán!!! Llega el día D. Pero… ¡Horror! ¡Orihime no puede pasar, ni el soca de Hikoboshi tampoco! Otra vez nuestra diosa-estrella llora y protesta. Esta vez son las grullas quienes van en su auxilio. Le dicen que formarán un puente con sus alas cada noche del séptimo día del séptimo mes para que puedan encontrarse los amantes, siempre y cuando no llueva, que parece que a las grullas les molesta que se les deshaga el arreglo de las plumas, como si lo llevasen de peluquería, o qué sé yo.
En fin, con tantas condiciones, ahí llevan Orihime y Hikoboshi, ni se saben los siglos, viéndose de año en año, y si no llueve.
Yo les tengo compuesto mi haiku y estoy en ascuas: «Virgencita, que no llueva; Virgencita, que no llueva…», que el año pasado cayó un tormentón tremendo. Luego paró, pero no sé qué hicieron las grullas y me da mucha lástima de estos dos enamorados, tan panolis y tan formales, sin salirse nunca de su órbita.
¡Y con el año pasado por agua que llevamos!
Que se vengan los dos pa’ Spaña, que aquí no van a tener problemas con la lluvia
Me gustaLe gusta a 1 persona
Bueno, depende de que parte de España elijan para vivir. Esta entrada fue publicada por primera vez en 2018. Ese verano en Madrid llovió bastante. Ahora no tanto, pero mi sentimiento al respecto sigue siendo el mismo.
Me gustaMe gusta
Llevas razón, que pidan billete para La Mancha, y que se vayan comprando un camello
Me gustaLe gusta a 1 persona
😃👌🏻
Me gustaMe gusta