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Cómo abordar el sufrimiento para acercarnos a la felicidad

20 20Europe/Madrid marzo 20Europe/Madrid 2022

¿Por qué en el budismo se habla tanto del sufrimiento? ¿Es el sufrir un valor? ¿El sufrimiento dignifica?
Estas son las preguntas que planteé al comienzo de la charla que di el pasado 18 de Marzo en el Ateneo de Madrid, invitada por Mercedes Sánchez, responsable de la sección de yoga de esta institución. Seguidamente expongo en forma de artículo las ideas en las que me basé. Además en los próximos días publicaré el enlace al episodio de la versión podcast de «El Libro de los Espejismos» con la grabación en directo de la charla, que, claro está, no coincide por completo con este artículo, ya que no se trató de una mera lectura.

                                                        *********

El Buddha dijo: El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional. Bien pensado, esta afirmación es muy provocadora: ¿Sufrimos entonces porque nos da la gana? ¿Es posible dejar de sufrir?
Hace ya más de 2.500 años Siddhartha Gautama se planteó qué cosa era el sufrimiento y cómo se podría lograr su eliminación, lo que sin duda es una gran diferencia con respecto a otras creencias, como por ejemplo el cristianismo. Para el budismo el sufrimiento es algo a eliminar, por difícil que sea. El sufrir no es deseable, no es un crisol en el que se funden todas nuestras impurezas o pecados.
Pero, en primer lugar, para hablar de la posibilidad de la liberación del sufrimiento, hay que analizar el dolor y el sufrimiento como su consecuencia, comprenderlo bien para así poder «desactivarlo», con el cuidado y la meticulosidad de un artificiero, sin que te explote en la cara al darle vueltas. Analizar el sufrimiento para desactivarlo puede ser peligroso, porque se corre el riesgo de regodearse morbosamente en él.
Antes de pasar a ver cómo el budismo afronta toda esta cuestión, miremos qué dice el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española acerca de los términos «dolor» y «sufrimiento»:

-Dolor:

  1. Sensación molesta y aflictiva de una parte del cuerpo por causa interior o exterior.
  2. Sentimiento de pena y congoja.

-Sufrimiento:

  1. Paciencia, conformidad, tolerancia con que se sufre algo.

Según estas definiciones, puede concluirse que el dolor tiene un carácter más objetivo, frente al sufrimiento que resultaría más subjetivo y, además, con un claro valor durativo. Creo que aquí es donde está la clave de la afirmación del Buddha: El dolor, el daño, los inconvenientes son inevitables, como se afirma en la primera noble verdad; pero lo que sí podemos hacer es despojarlo del peso de la subjetividad y de la rumiación mental que prolonga el dolor más allá del momento real en el que se vive.

Ahora, abordando el análisis budista, veremos que se plantean tres tipos de sufrimiento:

  1. El sufrimiento del sufrimiento: Es el que más sencillamente entendemos como tal. El que viene provocado por el dolor, el miedo, la angustia, etc.
  2. El sufrimiento del cambio: En este caso la clave está en la impermanencia de todos los fenómenos. Incluso lo más satisfactorio es transitorio y, por tanto, su satisfactoriedad es limitada, tanto por su variabilidad como por su inevitable final.
  3. El sufrimiento que lo impregna todo: Este tiene un carácter existencial y surge por los propios condicionantes y limitaciones de la existencia.
    De acuerdo con esta clasificación, es necesario saber cuál es el tipo de sufrimiento que sentimos para poder desactivarlo.

Yo diría que, en el caso del primer tipo, «el sufrimiento del sufrimiento», también es importante valorar los «daños objetivos», por decirlo de algún modo. Es decir, no creo que sea lo mismo el dolor infligido a una persona torturada física y psicológicamente o que padece una grave e incapacitante enfermedad, que el de alguien que se ha sentido rechazado ocasionalmente o el de quien sufre la contrariedad de un malestar circunstancial. Dolerse demasiado de las contrariedades propias, además de ser una estúpida fuente de sufrimientos, es ofensivo con respecto al dolor que han de soportar otras personas que están viviendo daños mayores.
Lo que quiero decir con todo esto es que el mecanismo causa-efecto que desencadena el sufrimiento a partir del dolor no es igual de fácil de desmontar en unos casos que en otros y, aún así, siempre hay que intentarlo porque siempre se puede y se debe intentar sufrir menos. Tal vez sea casi inalcanzable eliminar este sufrimiento, pero, al menos, podemos aliviarlo.

Centrándonos ahora en «el sufrimiento del cambio». Si nos fijamos atentamente nos daremos cuenta de que en muchísimas ocasiones sufrimos porque nos empeñamos en que las cosas que nos gustan sean permanentes e inmutables y en que, además, son satisfactorias por si mismas.
Esto, a poco que uno se fije, se da cuenta de que es falso, falsísimo. Nada permanece siempre ni del mismo modo, la realidad no es así y, si cada vez que perdemos a alguien o algo, nos dolemos de ello como si fuera una tragedia evitable, nos confundimos y sufriremos siempre.
El dolor de la pérdida de un ser querido es enorme, pero si se comprende como algo natural y consustancial a la existencia, si no se siente como un agravio del destino o de la providencia, el dolor es sólo dolor que, sin ser poca cosa, se puede aceptar con serenidad.
Otra característica de los fenómenos que nos hace sufrir es que no nos damos cuenta de que los objetos en sí, no son ni satisfactorios ni lo dejan de ser. Cuántas veces habremos soñado con tener tal cosa o tal situación y, cuando la hemos alcanzado, bien no nos ha dado la satisfacción que nuestra mente había proyectado, bien sí parece habérnosla dado pero, pasado un tiempo, la costumbre ha hecho que aquello ya no nos parezca para tanto.
Es decir, la satisfacción en sí no está en el objeto sino en el sujeto que la tiene. Entonces, ¿no es más sano no dejarse llevar por estos castillos de humo de colores que construye la mente?
Una circunstancia también bastante frecuente es la de sufrir por «falsas pérdidas». Cuando contamos con algo y disfrutamos de ello, pensamos que es «nuestro» para siempre y perderlo nos resulta intolerable.
Algo parecido también nos sucede cuando esperamos obtener algo y no lo logramos. Nuestra mente ya se a proyectado al futuro, ya ha creado una felicidad de fuegos artificiales y ya consideramos que aquello que será nuestro nos hará felices. Si nos paramos a pensar, en casos como este la pérdida no es tal, en puridad, si aún cuando disfrutamos de algo no “lo tenemos”, ¿cómo vamos a considerar que perdemos algo que nunca hemos logrado ni disfrutado? Y, más aún, si todavía no hemos experimentado jamás sus beneficios, cómo podemos sentir que nos estamos perdiendo algo extraordinario. Es nuestra mente y sólo ella quien nos juega esa mala pasada.
Concretamente, estos dos aspectos tienen que ver con sendas características de los fenómenos, según el budismo: La impermanencia y la insatisfactoriedad. Más adelante hablaré de la tercera, que me parece que tiene mucho que ver con la felicidad y la compasión.

Llegamos entonces a la conclusión de que, para el budismo, la búsqueda de la felicidad en esta vida, no es solo lícita, sino una meta espiritual de desarrollo personal basado en la compasión y en la sabiduría. Que esta última sea una condición indispensable para liberarnos del sufrimiento, es una cuestión que contrasta con nuestro modo habitual de pensar, seguramente porque la idea de que el conocimiento es sufrimiento impregna nuestra memoria colectiva. En La Biblia, concretamente en el Eclesiastés se dice:

«Donde abunda sabiduría, abundan penas, y quien acumula ciencia, acumula dolor» (Qo 1,18).

El Dharma propone todo lo contrario: Es necesario analizar la realidad tal cual es. despojándola de las cargas de una afectividad subjetivista, que tiende a tomar todos los fenómenos como elementos cargados de «intención». Por ejemplo, lasfuerzas de la naturaleza, la vida, la enfermedad, la muerte… no son ni justas ni injustas, son el resultado de la transitoriedad, que debemos asumir sin sentirla como una «cuestión personal».
En el fondo estamos ante un buen ejercicio de humildad: no somos tan importantes ni estamos en el centro de todo. Cuando asumimos esta realidad podemos relajarnos y desembarazarnos de mucha de nuestra autoexigencia.

Y, por fin.. ¡Hablemos de la felicidad!: El diccionario de la RAE la define como:

  1. Estado de grata satisfacción espiritual y física.
  2. Persona, situación, objeto o conjunto de ellos que contribuyen a hacer feliz. Mi familia es mi felicidad.
  3. Ausencia de inconvenientes o tropiezos. Viajar con felicidad.

Si nos atenemos a estas definiciones, nos damos cuenta de que en las dos últimas basamos ese bienestar en lo que puedan proporcionarnos los demás. Desde luego no diré yo que eso no sea importante. No obstante, si ponemos todo el peso de nuestra felicidad en ello, es inevitable que el sufrimiento nos gane la partida.
Esto, sin duda, es también una cuestión de sentido común. Nuestro Francisco de Quevedo, que no creo que fuese muy budista, decía que «El que quiera todas las cosas a su gusto, tendrá muchos disgustos en su vida». Ni más ni menos. Claro que los inconvenientes y los graves problemas, que todos hemos afrontado y tendremos que afrontar, nos causarán dolor, pero si los consideramos como una especie de maldición o de tragedia, añadiremos a estos el ingrediente que da lugar al sufrimiento.
La enfermedad, la pérdida y la muerte no son fruto de la mala suerte. Sencillamente son. Más tarde o más temprano nos alcanzan a todos, así que es conveniente despojarnos de los «»¿por qué a mí?», «¿qué he hecho yo?», etc., que no conducen a nada.
Por supuesto, no tenemos la culpa de sentir dolor ni de sufrir. Tenemos todo el derecho a ser felices y a cultivar ese estado mental de bienestar con independencia de lo que suceda.
Creo que, seamos o no cristianos, en nuestra sociedad la idea de un «Pecado Original», que debemos purgar a base de sufrimiento, nos bloquea sin querer y sin darnos cuenta para encontrar y construir nuestra felicidad.
Sin embargo, es cierto que no nos es posible ser felices de manera aislada. Todos estamos relacionados con todos y con todo. La tercera de las características de los fenómenos, la carencia de existencia independiente, es la formulación de una realidad comprobable: nadie ni nada puede existir sin todo lo que le rodea, ni una persona, ni una planta ni una silla. Hacernos conscientes de ello nos acerca a la idea de auténtica compasión.
No obstante es muy importante tener en cuenta que la idea de la compasión budista no tiene equivalencia con lo que llamaríamos «lástima». Esta última se considera más bien un sentimiento de orgullo disfrazado de amor, porque está impregnado de superioridad y de distancia: sentimos pena de alguien o de alguna situación que vemos, por decirlo así, «desde arriba» y con cierta distancia. En cambio, en la compasión «sentimos con». No ayudamos, sino que colaboramos. Estamos viendo que ser capaces de conciliar la búsqueda de nuestra felicidad con la de los demás es una hermosa tarea y un proceso lleno de desafíos y de sorpresas que nos hacen crecer.
Hay una preciosa plegaria budista que lo refleja muy bien, dedicada a «Los Cuatro Pensamientos Inconmensurables»: el amor, la compasión, la alegría y la ecuanimidad, que dice así:

Amor: Que todos los seres alcancemos la felicidad y sus causas y seamos causa de felicidad.

Compasión: que todos los seres nos liberemos del sufrimiento y de sus causas y nunca seamos causa de sufrimiento.

Alegría: que todos los seres permanezcamos alegres.

Ecuanimidad: que todos los seres permanezcamos en ecuanimidad, libres de apego y de aversión.

Desde luego es una aspiración muy elevada, pero eliminar el sufrimiento también lo es.
Con la aplicación de estos y otros recursos, podemos comenzar por la tarea del alivio del sufrimiento, comprendiendo que tenemos un largo recorrido por delante, que no será fácil, pero sí interesante y fructífero.
Además, durante este proceso también sería bueno que aprendiéramos a mirarnos con menos solemnidad y a tomarnos bastante menos en serio a nosotros mismos y a nuestras opiniones y manías. El humor como mecanismo para aligerar la carga extra de subjetividad que muchas veces nos abruma, no es nada menospreciable. Nos identificamos a veces tanto con nuestras ideas o nuestros hábitos, que perdemos la flexibilidad y la libertad de reírnos de ellos y, quizá, también de soltarlos, si es el caso.
Pero, por supuesto, La propuesta no es burlarnos de nuestros problemas o minimizarlos sin más, desresponsabilizándonos de lo que sucede; ni tampoco de eludirlos con una «espiritualidad de evasión», sino cultivar una armonía y un soporte internos, que nos permitan atravesar esos problemas, sumergirnos en ellos y bucear en lo más profundo de la vida todo lo que sea necesario, con «un buen equipo de inmersión» para que las emociones y las contrariedades no nos asfixien.
La adversidad llega tarde o temprano y hay que mantenerse entrenados. Estar atentos a nuestros pensamientos, a nuestras palabras y acciones, así como el cultivar una mente clara y serena, son los aspectos básicos del «Camino Medio», del «Óctuple sendero».
Como decía, la búsqueda de la felicidad es un auténtico desafío, a ratos brillante y a ratos muy trabajoso, pero sin duda vale la pena porque mejora la vida de todos. Podemos alcanzar la felicidad y debemos intentarlo. Eso es la esencia de las Cuatro Nobles Verdades del budismo.

Finalmente, como conclusión, remarcaría que hablar de la felicidad es hablar de la sencillez y de la humildad. El mirar alrededor con amor y atención y mirarse a uno mismo con desenfado, no tomándose a sí mismo demasiado en serio, es mucho más relajado y es fuente de felicidad propia y ajena. Hay que administrar las ocasiones de permitirse el sufrimiento propio con auténtica tacañería, porque muchas veces es una ofensa sufrir por lo que se sufre y, sobre todo, una soberana tontería y un desperdicio existencial. Si uno no hace lumbre con billetes de 50 euros, menos debería hacerlo con los instantes irrepetibles de una vida preciosa. Tenemos que ser capaces de mirar a los demás y a nosotros mismos con verdadera compasión y empatía, porque muchas veces nuestro sufrimiento es desproporcionado con respecto al dolor que sentimos.

«Kanashimini Sayoonara» («Adiós a la tristeza») por Kato Izumi
7 comentarios
  1. marymerfan permalink

    Me parece complicadísimo, salvo que uno tenga una cierta predisposición a minimizar el sufrimiento y ver la vida de otra manera. Aun así, me apunto a intentarlo. Gracias por compartir este artículo con nosotros, sufrientes admiradores de tu sabiduría.

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    • ¡Gracias, guapo! Fácil desde luego que no es. Pero, si se intenta de verdad, garantizo que se logran resultados. Además el proceso en sí, también muy interesante. Me parece también que la predisposición a no querer sufrir es bastante mayoritaria. En fin… soy yo quien te da las gracias por tu letura y tu comentario. ¡Que todos seamos felices!

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  2. Víctor Fernández-Chinchilla permalink

    ¡Qué fácil parece todo! ¿Por qué la teoría es tan sencilla y la práctica tan complilcada?

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    • Bueno, ya sabes… Eso es lo que suele pasar con todo. Desde una receta de cocina hasta las instrucciones para montar un mueble. El problema siempre está en ponerlo en práctica. Pero también eso es lo divertido

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    • Víctor Fernández-Chinchilla permalink

      En ninguna de las ocasiones que he intentado reproducir una receta de cocina o algo de bricolaje me ha salido como el modelo

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  3. Fernando permalink

    Seguro que es difícil conseguir el paquete completo, pero por lo menos podemos aprender a minimizar el sufrimiento en la medida que podamos… Me encanta la plegaria budista, y también el comentario de: «Si uno no hace lumbre con billetes de 50 euros, menos debería hacerlo con los instantes irrepetibles de una vida preciosa.»
    Cuando yo monto un mueble, suele quedar cojo, pero lo calzo con un cartón doblado y me hace el apaño… vayamos poco a poco

    Le gusta a 1 persona

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