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El olor de la pobreza

25 25Europe/Madrid enero 25Europe/Madrid 2016

Cómo decirlo sin que suene tópico o sensiblero, no lo sé.
Esta mañana al entrar en el vagón del metro había un tufo terrible. Esa mezcla entre sudor, otros flujos corporales, cóctel de desechos y auténtica mugre de ropa que no ha visto el agua desde el diluvio universal. Soy muy sensible a los olores y bastante sibarita en lo que se refiere a los aromas personales y del ambiente, así que por un instante pensé en apartarme lo más lejos posible. Pero fue solo un microinstante.
Entretanto, en esos segundos, la persona que emitía esas señales tan inequívocas se ha levantado para cederme el asiento. Era un hombre con acento de más allá del estrecho de Gibraltar. Yo he declinado su ofrecimiento con una sonrisa y he permanecido en pie al lado de la puerta y al suyo.
¿Por qué no me he retirado ni siquiera al otro lado de la puerta? Pues, la verdad, porque me ha invadido un sentimiento -o un pensamiento- de compasión. No de pena ni de conmiseración, sino de compasión, de empatía. he sentido que ese era el olor de la pobreza, de la marginación, del sufrimiento y de la exclusión, de todas esas cosas que muchos decimos que hay que combatir, porque realmente creemos que es así, pero… por favor… no a mi lado.
Tal vez hace unos meses -o semanas, u horas, o días- yo hubiese huído de ese olor ácido y penetrante que hasta me estaba revolviendo un poco las tripas. Pero hoy no. Hoy he sentido que lo primero que tenía que hacer, que lo menos que tenía que hacer era permanecer allí, compartiendo esa realidad. Una realidad que, solo de pensarla, sí que debería revolvernos a todos las tripas.
Me ha venido a la cabeza enseguida el padre Ángel y su iglesia en la calle Hortaleza, abierta día y noche para la gente que no tiene dónde ir. Cuando me enteré hace unos meses de su existencia, pensé que estaría bien apoyarles, incluso trabajar con ellos en la medida de mis posibilidades. Y esta mañana, percibiendo ese tufo, que clamaba como un grito de auxilio, me di cuenta de que hace falta mucho valor y fuerza para compartir el sufrimiento y el penetrante olor de la pobreza y la exclusión. Se puede colaborar con quienes trabajan directamente para cambiar esta realidad, pero tal vez también habría que sentirla y abrazarla con respeto y amor.
Todo esto quizá suene sensiblero, pero no sé explicarlo mejor. No me he sentido ni mejor ni más buena por quedarme ahí de pie, sería una estupidez; pero sí que, gracias a ese hombre que estaba a mi lado, esta mañana también he comprendido o, mejor dicho, he asimilado de corazón qué es la compasión. He experimentado que, si realmente quiero estar en el camino del Bodhisatva, si quiero implicarme de verdad en la tarea de librar del sufrimiento a todos los seres, tengo que ser capaz de impregnarme de él, de su penetrante olor, sin miedo ni aversión.
Hoy tengo que dar las gracias a ese hombre porque me ha hecho sentir y comprender Enseñanzas leídas y recibidas durante años. El olor del sufrimiento esta mañana ha sido para mí más precioso que un Lorenzo Villoresi o que una varita de delicado sakura.
Una vez más he comprobado que el Buddha y todos los grandes maestros llevan razón: el despertar a la realidad última, a la comprensión, surge de manera inesperada y espontánea cuando nuestra mente está dispuesta a experimentarlo. Quién iba a decirme que una de las cosas que más me repelen iba a ser hoy para mí un atisbo de claridad, una revelación.
Gracias a quién quiera que seas y ójala te libres del sufrimiento y de sus causas, que alcances la felicidad y sus causas y que permanezcas en ella libre de apegos y aversión.

From → Budismo, Espejismos

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