Mi querido «Grupo Salvaje»
Con una costumbre nada sana y nada original, me quejo cada vez más de las miserias de oficina, que, por mediocres y tristes que sean, consiguen en muchos casos socavar la alegría y hasta la paz de uno con cosas que, fuera de contexto, darían -y dan- entre risa y pena.
Sin embargo hoy no quiero hablar de eso, porque ni merece el breve párrafo de más arriba. Hoy quiero hablar de todo lo contrario. En los trabajos, en las oficinas, a veces se dan unas confluencias personales, casi mágicas, que son una enorme fortuna para quienes las viven, sin darse casi cuenta del gran valor de lo que tienen hasta que no lo pierden -y esto lo digo por mí.
No me estoy refiriendo a los muy frecuentes asuntos que derivan en pareja -oficial o clandestina-, sino de pura amistad, complicidad, cariño y respeto, más allá de diferencias de personalidad, convicciones, creencias, etc.
Como nos identificamos tanto con nuestras opiniones y nuestras creencias, a veces -tantas y tantas veces- no somos capaces de desapegarnos de ellas y querernos y respetarnos mutuamente sin más, apreciando a los seres que tenemos cerca, con su luz y su sombra, que como nosotros también sienten y desean ser felices, apreciados y valorados.
Pues bien, como decía, a veces esto sí pasa. Sucede que dentro de un grupo de personas, que circunstancialmente y sin buscarlo, por cuestiones laborales, se han visto obligadas a compartir espacio y tiempo durante muchas horas al día, han optado por respetarse y quererse. Siendo esto lo mejor y lo más inteligente y sano, resulta que -como lamentablemente experimentamos tantas veces- es muy, pero que muy difícil y extraordinario.
Yo tengo la inmensa fortuna de haber formado parte durante años de una de esas islas en medio del océano tempestuoso y rugiente de una organización donde el mar de fondo y las corrientes traicioneras arrastran y se llevan por delante en la inmensa mayoría de los casos lo mejor de quienes se acercan. Pero, como decíaantes, hoy no quiero seguir por ahí, hoy corresponde dedicarle tiempo a la isla que logramos mantener juntos unas pocas personas durante años y que, aún hoy, ya separados físicamente, mantenemos todo lo que podemos, con cuidado y cariño.
Todo el tiempo, mientras escribo esto, me está viniendo a la mente la novela de Huxley, «La isla». Digamos que nosotros no podíamos llegar a tanto como los habitantes de aquella recreación utópica, pero éramos conscientes de la excepcionalidad y la delicadeza de nuestro núcleo, porque conocíamos bien donde estábamos inmersos, lo que había y hay alrededor. Yo era consciente cada día de que, como todo, aquello era impermanente y que, tarde o temprano, nos invadirían y nos dispersarían. No obstante, aunque suene cursi, pueden invadirte y dispersarte de los demás, siempre hasta cierto punto, y nosotros, partiendo de una verdadera amistad, de un verdadero cariño, hemos sido capaces de mantener ese núcleo.
Por otra parte, se habla también mucho y muy mal de los móviles, de las redes sociales, de los grupos que se forman para intercambiar mensajes, pero, como todo, las cosas tienen el valor que uno les dé en virtud de su uso. Nosotros, gracias a todo eso, de un modo u otro seguimos dándonos la señal de que «estamos ahí», sin que ello sustituya, por supuesto, el quedar y darnos un abrazo y reir juntos hasta no poder más, apreciando lo valiosa que es la vida y la amistad, que también hemos pasado momentos más que difíciles, algunos casi definitivos.
Hoy me he puesto a escribir esta entrada porque ayer precisamente fue uno de esos días de encuentro. Buena parte de los que constituíamos esa Isla nos reunimos para compartir unas horas. Comimos juntos, hicimos una larga sobremesa, y sentí, como otras veces, un profundo cariño y agradecimiento por estar ahí, por disfrutar del amor y el respeto de esos hombretones maravillosos. Digo esto porque tengo que señalar que, aunque en esa isla la única mujer que había no era yo, sí que el «núcleo duro» hoy lo constituyen ellos. Son los que tienen el mérito y la sensibilidad de conservarlo, cuidarlo y mantenerlo. Para que luego digan de los hombres…
Por eso mismo, tras la reunión de ayer, he sentido que necesitaba mostrarles mi cariño y mi gratitud al «Grupo Salvaje», convertido en «Grupo casi Salvaje», tras admitirme a mí. Aclaro que esto de «Grupo casi Salvaje» se refiere a la denominación en WhatsApp que tiene el idem que constituimos los cinco comensales de ayer. La ocurrencia del nombre procede de que un día, caminando por la calle los cuatro hombretones juntos, otro compañero, peliculero él, les dijo que parecían el cinematográfico «Grupo Salvaje». Así que, con salero y buen humor, le dieron ese nombre a su grupo de WhatsApp. Pero, mira tú por dónde, después solicito yo humildemente mi inclusión en la congregación y… deciden que el grupo, con mi frágil presencia, ya resultaba menos «asalvajao», y le cambiaron el nombre.
Denominaciones aparte, lo maravilloso, lo excepcional de todo esto es lo que apuntaba antes: la capacidad de estos hombres de desapegarse de sus opiniones y convicciones anteponiendo la amistad y el valor humano que desbordan. Porque, sin pizca de exageración, cada uno de ellos tiene unos valores y un brillo particular que merece destacarse.
Por ejemplo, Higi es un hombre con tanta habilidad en sus grandes y prácticas manos, como en su gran corazón y su brillante ingenio. Sin miedo al ridículo y con desenvolvimiento, a cada paso se ríe de sí mismo y se pone en el punto de mira haciéndose el sencillote y encandilándonos con sus dobles sentidos presuntamente «involuntarios», pero llenos de inteligencia, de calidez y de bondad.
Y, puestos a hablar de sensibilidad, Paco es noble y leal sin alardes. De entrada tal vez distante, precisamente una descubre pronto que esa distancia es un límite necesario para su sensibilidad. Es tan entregado de corazón, que sabe lo vulnerable que eso resulta y, sin cáscara de protección, marca en su entorno una distancia de seguridad, que no es difícil de recorrer, porque su generosidad no pone pruebas infranqueables y su sensibilidad reconoce y valora la sinceridad y ternura con las que tanto se identifica.
Y luego está Pedro que nos dio un verdadero susto. Estuvimos a punto de perderle del todo y revivió y resurgió con fuerza y renovación mostrando que, a pesar de que para algunos poco observadores podrían haber pasado desapercibidas su firmeza y determinación, tiene de las dos a raudales. Es un hombre capaz de resurgir como un ave fénix e incorporarse a todo y arrastrar a todos con fuerza, con inteligencia y con amor a la vida. Como el resto, ingenioso y con sentido del humor, está alerta de cada detalle y lo incorpora a ágilmente al conjunto, como el solista que se arranca en mitad de la jam sesion.
Y Fernando, que acaba de darnos una alegría «entrañable»… ¡Es el que más riñones tiene de todos nosotros! Es un hombre bueno, noble y con una calidez humana que reconforta siempre. Tiene la facultad de limar las discordias y perdonar con amor. Es un ejemplo de paciencia y de cuidado hacia los demás. Una persona que, a pesar de tener todas las bazas para jugar a víctima, ni se ha acercado a ese papel. como dice un amigo mío, «cada uno da lo que tiene». Es decir, quien da miedo es porque lo tiene; quien da pena, lo mismo, y quien da alegría y amor como Fernando, es porque lo tiene y porque sabe que esas cosas, cuanto más se regalan, más se multiplican. Fernando es sabiduría y compasión -como se dice en el budismo de los bodhisatvas- cultivadas cada día con la determinación de compartirlas.
Así que… ¡muchas gracias, amigos!
Os quiero.