Luz de atardecer
La luz del atardecer es la luz perfecta. Los colores no brillan estridentes ni se confunden con las sombras. Siempre debería estar atardeciendo.
Los sonidos del día se van amortiguando. Se siente cómo se aproxima el final de la jornada, el descanso, la calma de la soledad.
Al atardecer se suavizan las aristas del mundo y el alma se predispone a reconocerse. Haría falta prolongar los atardeceres y reducir las horas de claridad inequívoca, de sombra inequívoca.
Los tiempos intermedios son los que permiten conocerse, encontrarse. Esos momentos son en los que el corazón y los razonamientos se superponen; y hasta llegan a confundirse los miedos con las esperanzas.
Sin esos tiempos intermedios no habría dudas ni sueños que removieran las raíces de las plantas artificiales que crecen en el pecho y se extienden hasta el rostro, ocultando la ternura del miedo y la tristeza de la soledad.
Además, al atardecer ya no hay tiempo para perder el tiempo. Eso se sabe con certeza al inicio de cada día, pero absurdamente se ignora, hasta que se siente la premura inevitable del ocaso.
Entonces, justo entonces, la luz es perfecta, las formas son nítidas y los colores puros. Todo despierta para volver a dormir… a despertar y a dormir… a despertar y a dormir…
También el amanecer sugiere esas impresiones que, además, se abren a la esperanza del día que está por delante. Lo que pasa es que te pilla dormida💤💤💤
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Dice Toquinho: «el futuro es una acuarela y tu vida un lienzo que colorear, que colorear…». Qué positivo y cómo pone el acento en la responsabilidad individual, en la conciencia, también, ¿no?
La luz del atardecer y la amanecer (enganchando con el comentario de Víctor)… todo, atravesado por el tiempo inexorable y también, para mí, el tiempo como privilegio.
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