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ZOL (presentación)

23 23Europe/Madrid enero 23Europe/Madrid 2013

Hay que ampliar el horizonte, cambiar de vida, creer en uno mismo, dejar de malcomer, estudiar japonés, engordar cinco kilos, hay que hacer un montón de cosas, la primera dejarse en paz, y esto, claro, excluye todo lo anterior, todos los “hay que”.

Claudia no se llama realmente así, se cambió de nombre hace años, pensando que así dejaría de ser quien era, como cuando te tiñes el pelo para exorcizar tu realidad presente y expulsar a los demonios que te atascan el paso.

Claudia eligió ese nombre porque se identificó con el personaje homónimo de “La montaña mágica”. No es que tuviera mucho en común con aquella, lo único que les unía es que ambas se mordían las uñas. Parece un detalle demasiado nimio, pero para pre claudia no lo era en absoluto: que la heroína romántica pudiera serlo, sin ser perfecta, con sus uñas remordidas la reconciliaba con sus propias manos y su propio ser. Para Thomas Mann se podía ser una mujer elegante y magnética con unas manos de adolescente atormentada, y eso le venía bien a nuestra pre Claudia.

Sin embargo, pasado el tiempo, Claudia ya no se muerde las uñas. Hace años que dejó de hacerlo sin más, sin proponérselo siquiera. Aún así sigue siendo fiel a su Clawdia Chauchat y no tiene ninguna intención de cambiarse de nombre, aunque piensa que tal vez lo necesitaría. Incluso tal vez volver a su propio nombre, el que figura en sus documentos y que, después de tantos años, muchos ni siquiera conocen.

Definitivamente está demasiado delgada. Ya no es que se lo digan directamente, es que ella lo ve. No es sólo que esté escurrida y con las piernas como dos palillitos, sino que las mejillas se le están empezando a hundir y tiene una pinta tremenda de escapada de un campo de concentración, con esos pelos tan cortos y esa mirada apagada.

Sí o sí va a cambiar su vida, así que lo mismo podría proponerse engordar un poco. Ahora que no tendrá que madrugar todos los días y salir pitando, tal vez entre un poquito en carnes. El problema es que a Claudia no le gusta comer ni nada de lo que tiene que ver con el proceso de la comida. Por ejemplo, odia desde ir a la compra, hasta fregar los cacharros, y ya no hablemos de la digestión y sus procesos finales.

Tanto avance científico, y no se ha logrado evitar el engorro de comer y “descomer”. Para Claudia esto es un lío, un gasto y una pérdida de tiempo. Es verdad que algunas cosas están muy buenas, pero no compensa en absoluto el pequeño y efímero placer que proporcionan con todos los inconvenientes que acarrean. Comer es definitivamente un atraso.

Pero, ahora que ya no tiene que volver a plantearse el ir a trabajar, va a tener tiempo de sobra hasta para cocinar. Podría también contratar a alguien que lo hiciese para ella, que se ocupase de todo eso y tal vez así se vería obligada a comerse lo que le preparasen y engordaría un poco. Ahora le sobraba el dinero para eso y para más.

Efectivamente el cambio de vida estaba en marcha sin que ella hubiera puesto a funcionar ningún motor. Era sólo cosa de dejarse llevar por las circunstancias. Lo primero, si eres rica, es absurdo que te levantes todas las mañanas a las seis para irte a pasar frío o calor a una oficina. Por eso estaba allí, en su casa a las nueve y cuarto: se había despedido de la compañía donde había estado trabajando desde hacía más de quince años.

Se dio el gusto de irse sin más, sin despedirse de los compañeros y sin dar explicaciones a los jefes. Privilegios de la riqueza. Una mañana había desaparecido de su mesa y seguramente esa fue la primera vez que alguno cayó en la cuenta de que ella antes iba por allí. A Claudia no le gustaba relacionarse con sus compañeros y, por suerte, para sus tareas no le hacía ninguna falta. Había estado encargada de las publicaciones de su compañía. Como esa era una cuestión marginal para la empresa, sólo ella se ocupaba de tales asuntos y cubría todo el proceso: revisión de las traducciones, selección de la imprenta, maquetación, corrección de pruebas, distribución y seguimiento.

Zen om Life es una importante empresa dedicada a a la elaboración de complementos dietéticos y cosmética naturales. Hoy en día Zen Om Life es una de las marcas más prestigiosas en ese sector. La empresa es alemana -con su sede central en Wistburg-, y allí estas cosas se las toman en serio. Precisamente por esto publican estudios acerca de sus productos, promueven algunas investigaciones, realizan cursos de terapias alternativas, etc. La publicación de las traducciones de todo esto es lo que hasta hace menos de un mes quedaba en manos de Claudia.

***

Zen Om Life empezó siendo una pequeña empresa propidad de la familia Weiman. Nació con la voluntad de hacer buenos y sanos productos que contribuyeran a la salud y el bienestar, sin necesidad de grandes desembolsos. Los productos ZOL empezaron siendo buenos y baratos porque el abuelo  Karl no buscó nunca el enriquecimiento sino el buen hacer. En el presente ZOL ya no es una marca ni tan barata ni tan buena, aunque sigue viviendo en gran medida de su prestigioso pasado. Su actual directora, la sofisticada Karola, sobrina nieta del bueno de Karl, tiene una visión menos “humanista” de su empresa, que, eso sí, se ha convertido gracias a su gestión en una gran, gran compañía. No hay más que ver el logotipo de Zen Om Life, una zeta azul, junto a un “om” rojo, acunados en una “L” amarilla que evoca una media luna, es la imagen del pretencioso objetivo de unificar energías Solares y lunares, yin y yang, oriente y occidente, y todo lo que se le pueda a uno ocurrir con tal de vender un tarro de crema por el módico precio de 300 o 400 euritos.

Por otra parte, la sede central de Wistburg es un lugar idílico, un escenario perfecto para “mostrar” a inversores y clientes. Se trata de un complejo de tres preciosos edificios con grandes ventanales, dispuestos en forma de “U”, en medio de un inmenso prado de tréboles. En estas instalaciones no están sólo las oficinas y los laboratorios, también hay salas para cursos y conferencias, piscina cubierta, spa donde pueden recibirse tratamientos especiales a base de productos vegetales y minerales –por supuesto ZOL- y una minifábrica, donde presuntamente, cualquiera puede ver como se elaboran las estrellas de la marca. Obviamente, la desbordante demanda impide que toda la producción se realice allí, así que hay otras fábricas dentro y fuera de Alemania –más fuera que dentro-, donde se elaboran estas “delicadas joyas” de la salud.

La primera vez que Claudia puso los pies en la sede de Wistburg se quedó de piedra. Acababa de entrar a trabajar en Zen Om Life y ni siquiera había visto fotos de la meca de ese imperio. Era todo tan perfecto y tan armonioso, que resultaba increíble. Claudia esperaba que en cualquier momento se vieran las grúas de las cámaras del rodaje de la película. Desde luego, si esto era un lugar de verdad, nadie podía ser allí infeliz y nadie que consumiese o utilizase los productos allí fabricados podía ser desgraciado.

La visita de Claudia a la sede central nada más empezar a trabajar en Zen Om Life fue motivo de envidias y recelos por parte de los compañeros. Ninguno había ido allí jamás y los jefes se hacían lenguas del paraíso bávaro. Y esa “china canija”, nada más llegar, se iba a pasar una semana allí, en contacto directo con la gran jefa y su corte celestial. Sin embargo, para Claudia, en aquel momento ese viaje no suponía en principio más que una contrariedad. Por fin se había decidido a estudiar japonés, a buscar sus raíces y, precisamente esa semana, llegaban a Madrid unas amigas de su profesora y podría aprovechar a intentar practicar un poco con ellas. Las verdaderas japonesas son muy escurridizas y no se fían demasiado de las nuevas amistades sin referencias. Pero, en fin, no hubo más remedio que aguantarse. En la oficina Claudia era la única que hablaba correctamente inglés y alemán y le tocaba ir de traductora con su nuevo jefe, un tío que tenía pinta de director de agencia de La Caixa, disfrazado de naturista vegano, a fin de vender salud con un interés bajísimo y con una vajilla de 12 servicios de regalo.

Claudia no tenía ningunas ganas de ir de viaje con ese tipo rechoncho, con morrillo en el cuello y calva incipiente, así que no comprendía en absoluto que la mirasen de reojo, como si le hubiera tocado una lotería inmerecida, sin siquiera haber comprado el décimo. Sea como fuere, su primer viaje a Wistburg le reveló la tremenda estafa moral que suponía la imagen de ZOL. Si uno comparaba aquellas instalaciones con el bajo y el semisótano de la sede de Madrid, uno se daba perfecta cuenta de que los folletos de “Salud, Luz y vida” eran una mandanga. ¿Luz? ¿Dónde estaba eso en esa ratonera siniestra y húmeda? ¿Cómo se atrevían a evangelizar a los clientes cuando tenían a sus empleados en unas condiciones de salubridad lamentables? Estas cosas pensaba Claudia, que entonces era demasiado tierna para no sorprenderse ante la “miopía” y la mezquindad de sus compañeros que parecían sombras parduzcas y sin vida, incapaces de darse cuenta de que estaban en un agujero absurdo, compitiendo y poniéndose la zancadilla sin ninguna posibilidad de salir adelante, sólo dispuestos a aplastarse unos a otros. Desde el primer momento Claudia comprendió que para esa gente no tenía sentido ser, a ninguno de ellos le presentaría su verdadera identidad: para ella Claudia era la auténtica y no la de los papeles y los registros, Mónica Sato, la desconocida.

 

From → Espejismos, Ficción

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