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Funambulista

2 02Europe/Madrid febrero 02Europe/Madrid 2015

El desequilibrio es un riesgo que acecha a cada momento.

En un instante un rayo de lucidez ilumina toda la escena, deja ver durante menos de un segundo cada rincón, cada molécula, cada matiz del color. Pero enseguida se apaga y todo funde a negro.

Uno se acostumbra a andar en esa oscuridad y llega a ver algo, a atisbar  elementos que le quieren recordar aquello que un momento quedó al descubierto, tan claramente que casi parece que no fue verdad, que fue un sueño.

Pero el desequilibrio acecha con aire inofensivo.

Las obsesiones calan completamente la mente como una lluvia suave y persistente contra la que uno se resguarda demasiado tarde.

Y luego hay que buscar cómo secarse y no es fácil porque sigue lloviendo y lloviendo.

Lloviendo ruidos ofensivos y desconsiderados que se clavan en las sienes y en el centro del pecho.

El ruido continuo, el ruido ocasional e inesperado, el ruido desafiante, el ruido irrespetuoso, el ruido descontrolado, el ruido innecesario, el RUIDO hace que se tambalée el funambulista que no tiene más remedio que cruzar el abismo.

Cada paso es un logro y, a veces, hasta parece sencillo caminar sobre un delgado cable.

Pero entonces llega el ruido y el funambulista queda inmóvil, a veces con un pie en el aire, a merced de cualquier mal viento que termine de empujarlo.

Y vuelve el silencio engañoso y embaucador. No se puede confiar en él. En cualquier instante inesperado, con un pie en el aire, cuando todo parecía ligero y en calma, surge el temible RUIDO.

Es peligroso. Cruzar el abismo es muy peligroso, pero no se puede evitar y

nadie puede ayudar al funambulista.

¿Nadie? ¿Está solo el funambulista?

No. No está solo. Vuelve un momento la cabeza a ambos lados y ve a otros que se esfuerzan por pasar. Unos gráciles (al menos en apariencia), otros que se sujetan con las manos  y con todo el cuerpo a un hilo que se curva dudosamente, otros (los menos) que transitan tranquilos por una pasarela (¿permanente? ¿segura?) y, también, algunos (muchos) que caen aterrorizados o exhaustos.

Todos esos funambulistas afanados en pasar y (aún deseándolo) todos sin poder salvar a los que se precipitan al vacío.

Y ¿para qué? ¿Dónde van? ¿qué hay que hacer al otro lado del abismo? ¿Por qué emprender el tránsito? ¿Cuándo se termina?

Ahora hay silencio, pero sopla un viento terrible que desequilibra a los que antes caminaban entre el estruendo sin alterarse.

El aire en movimiento no empuja a todos por igual. Parece ensañarse con quienes más lo temen y juega con ellos. Juega a enredarles la ropa entre las piernas, a taparles el rostro con los extremos de la bufanda y, claro, algunos irremediablemente caen dando vueltas hacia no se sabe dónde.

¿No se sabe? ¿Sería mejor dejarse caer?

El funambulista tiene que caminar por donde pueda y sabe que eso es un peligro aún cuando resulta fácil, pero, más aún teme caer, sin siquiera saber lo que teme, porque no se puede mirar hacia abajo. Es imposible hacerlo, no hay nada que mirar, sólo la caída.

El viento ha cesado. Cesó la lluvia y el ruido. Y Había funambulistas que no habían comprendido el desequilibrio hasta que brilló el sol.

Un sol radiante y cegador. El sol terrible de los días de verano. El sol que llena todo de reflejos hirientes. El sol que quema las sienes y que se clava en los ojos a través de los párpados. El sol enloquecedor que hace desear desesperadamente que vuelva el ruido, o la lluvia, o el viento, o el granizo, o lo que sea, pero que se oculte aunque sea un minuto.

Los funambulistas van avanzando, a veces con ligereza, con tanta que llegan a olvidar Las inclemencias pasadas y las que vendrán. Olvidan a quienes se derrumban lejos, de quienes no se oye el grito de terror en el momento de caer.

Olvidan. Olvidan. Olvidan. Olvidan. Olvidan.

Pero no hay olvido total porque el tránsito sigue ante un horizonte inevitable.

¿Caer o avanzar? ¿Es distinto?

Todo es horizonte, arriba, abajo adelante. Todo es horizonte. Lo único imposible es retroceder.

Ahora, con lo que el funambulista ha aprendido de la lluvia, del sol, del viento, del ruido; ahora los primeros pasos serían más fáciles. Pero no se puede retroceder.

Ahora ya el viento no le hubiera arrebatado el vaporoso pañuelo de seda, ni el trueno le haría tambalear. Ahora el funambulista sabe cómo resguardarse de la lluvia fina y protegerse del sol intenso.

El funambulista aprende. ¿Verdaderamente aprende? Sí. Pero nunca es suficiente y el desequilibrio es un riesgo que acecha a cada momento.

From → Espejismos, Ficción

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