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Amada palabra

23 23Europe/Madrid septiembre 23Europe/Madrid 2015

«No se necesita escribir porque todo está dicho y, en verdad, da igual quién haya sido el autor. Aún así se escribe, a pesar del esfuerzo que de antemano se sabe inútil, esto es un verdadero acto de Amor, y en ese acto se basa este cuento».

Se levantó de la cama. Se sentó en la mesa de trabajo. Tomó la pluma pero, antes de empezar a rozar con voluptuosidad el papel, quiso repasar lo escrito el día anterior. Aunque su mente no necesitaba recordar lo transcrito, ansiaba disfrutar de la certeza empírica de la lectura, ver los rasgos desnudos y sinuosos del objeto de su amor. Tocó las páginas blandas y suaves que se mezclaban promiscuas en el cajón. Las sacó lentamente, una por una, deleitándose en el momento como en un ceremonial iniciático, envuelto en el misterio de lo íntimo. Su amor estaba siempre allí, inarrebatable, cercano. No obstante, había que ser respetuoso. Había que provocar el deseo con la demora, el deleite con la promesa del placer». Era hermoso ese texto que le esperaba, casi tanto como el ya escrito. Cada vez sentía que se acercaba más a un nuevo objetivo involuntario. Se daba cuenta de que se convertía en un medium, un objeto de algo superior que le hacia escribir al dictado, sin necesidad de leer las palabras que salían de su mano. él sólo tenía que comprobar que esas palabras existían como objetos físicos, con un cuerpo hermoso formado por ángulos y curvas insinuantes, que delimitaban espacios, coronaban formas y se modificaban sucesivamente, como un cuadro de danza aleatoria y armoniosa que debía su belleza a la improvisación del artificio.

Amaba cada una de las páginas en blanco que le esperaban, cada una de las páginas escritas que ya se le habían entregado. Adoraba apasionadamente cada palabra que le quedaba por escribir y cada  una de las que ya había escrito. Amaba la sensualidad de las líneas de sus letras, que trazaba recreándose, como un amante que dibujara la desnudez de su amada. Amaba las palabras por encima de su valor utilitario. Su amor iba más allá. Adoraba las palabras por sí mismas, y el acto de escribir excitaba su alma y su cuerpo, dolorosamente, porque la respuesta, por maravillosa que fuera, no podría satisfacerle nunca. Sin embargo, a pesar del dolor, del esfuerzo, no podía dejar de escribir porque tener el objeto de su amor dependía únicamente de que él lo produjera, y su promiscuidad, la necesidad imperante de incrementar su placer, le obligaba a trabajar cada vez más, a reducir sus horas de sueño y los pocos minutos que dedicaba a comer o beber algo, cuando la fatiga, el hambre o la sed lo vencían y lo separaban de su mesa. El resto de lo que antes fueron sus necesidades ya habían sido excluídas de su vida hacía tiempo. No le importaba nadie, no oía, no hablaba, no veía salvo el papel que tenía delante. El mundo le traía sin cuidado.

Esa noche apenas había dormido dos horas, y no profundamente. Algo nuevo le inquietaba. Por primera vez se sorprendía dudando ante la necesidad de que sus palabras tuviesen un significado, trascendente como un alma fuerte y pura, dignificante,  que les hiciese merecedoras del más sagrado amor. La espiritualidad pretendida, el deseo de vencer al tiempo y al espacio, le obligaban a creer en que el objeto de su Amor habría de ser mucho más que mera armonía física. Tenía que alcanzar la «Divina Armonía», el cénit de la «Belleza», de la «Creación».

Se sentía un dios enamorado de su criatura, por eso no podía dejar de pensar que, si él, siendo un ser creado, había sido dotado de una «elevada espiritualidad», ¿Como no su obra? ¿Acaso él era menos Dios¿… Era angustioso. El sudor le recorría. Su estómago se contraía y se vaciaba, al tiempo que su mente se llenaba con un terror morboso a morir sin haber parido a su hija, a suamante, a su alimento.Los dedos crispados apenas atinaban a sujetar la pluma. El rostro, y sobre todo los ojos, eran la superficie de un océano embravecido. Noches y noches, días y días de angustia le impedían mantener el mínimo de calma necesarios para permanecer sentado ante lo que más amaba, ante las palabras. No podía escribir, no podía producir nuevos objetos que acariciar, ni siquiera podía releer lo escrito en busca de la clave que le liberara. El aire apenas penetraba en sus pulmones y la vida se le escapaba entre las uñas.

Llevaba varias horas postrado, tirado como una piltrafa, abatido por la soledad y el fracaso. Sabía que, si dejaba de crear, no podría amar y, entonces, estaría irremediablemente solo. Pero lo más doloroso era renunciar a trascenderse, a ser divino. Se convertiría en un mortal más, y su vida perdería todo sentido.

Comprendió que, si no era un dios, nunca sería capaz de hacer nacer de sí un ser espiritual, no lograría reencarnar su esencia, moriría con él. Su amor había sido mentira, había quedado reducido a una vanidosa adoración estética.

Allí, entre el zumbido del silencio, oyó algo fuera de su mente adolorida y cansada. Fue un susurro lento, apenas perceptible para cualquiera. Se repitió de nuevo más claramente, con más nitidez. Estaba articulado por una voz ambigua y cálida. Quiso levantarse e intentar transcribir aquello, pero no pudo. De pronto se le había despertado una lucidez mental que contrastaba fatalmente con un cuerpo inerte. La Amada Palabra resonó en sus oídos sin que pudiese reproducirla y convertirla en su amante incestuosa… Definitivamente ambos fueron devorados por el silencio.

http://www.youtube.com/watch?v=2VnG3oRPdlo

Esta vez la música no ha podido ser otra sino el tema principal de “deseando amar”.

Y sigo revolviendo el cajón de mi almohada. Revolviendo el pasado escrito, que a veces me sorprende, me devuelve una imagen reconocible y extraña a la vez.

Este cuento es de enero de 1994, cuando yo tenía casi 28 años. Un mes más tarde moría de cáncer mi gran amiga Elena, a quien recuerdo y recordaré siempre, cada día. Hay en el texto un ánimo sombrío que parece presagiar esa pérdida, y tal vez la de Jesús Benítez, mi maestro y director de tesis, que llegaría poco después.

Además están ya presentes mis obsesiones: la inutilidad de crear y la necesidad de hacerlo, junto con un fatalismo y un determinismo, que me sale sin querer en los escritos, pero del que no soy consciente en mi modo de afrontar la vida, ni antes ni ahora.

From → Espejismos, Ficción

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