Las calles de la Alfama
Las calles de la alfama son un sueño, un sueño apacible de tarde de octubre. Tienen una luz espectral, como si se estuvieran apareciendo a medida que se penetra en ellas. ¿descienden? ¿Ascienden? Morería, el Castillo, el tranvía… peldaños grises y fachadas desgastadas y oscuras, ventanas sin alféizar, esquinas sombrías, todo es un sueño melancólico. Se flota entre la humedad y los espectros, y parece que no puede haber otra vida que no sea esa: la de ser una sombra paseando por la Alfama, sin pasiones, sin recuerdos, sin deseos… sólo una sombra en un laberinto de luz acuosa.
Aunque parezca que estoy aquí, sentada en un rincón de la realidad, ante una mesa de trabajo, en una oficina, no es verdad. Esta mañana no es por la mañana, es la caída de la tarde, y estoy caminando por la Alfama, subiendo hacia Rua do Limoeiro, camino de A Cabasinha. Ahora sí, sentada, pero en una mesa muy vieja, sintiendo el olor a bodega y a años de fados; y escucho a Julia lanzarlos al aire arrancándolos desde la tierra o desde las nubes; y alguno me cae de lleno a mí, en el centro del pecho; y mi sombra es entonces un reflejo incandescente de algún luminoso recuerdo.
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