Heroínas románticas
Durante demasiados años me he dejado llevar por los prejuicios, con lo que me había privado de lecturas que ahora he descubierto como encantadoras, estimulantes, adictivas y, sobre todo, excelentes. Me estoy ahora refiriendo a las novelas de las grandes escritoras románticas inglesas. Por el momento he descubierto a Ann Radcliffe, Jane austen, Charlotte y Emily Brontë.
Cualquiera que se encuentre con estas líneas podrá pensar -y con toda razón- que de qué platillo volante me he caído si, con casi medio siglo de vida como lectora, vengo ahora a descubrir la obra de tales autoras. Lo único que puedo decir ante esto es que, por no sé qué, he vivido de espaldas al romanticismo literario, pero con solo un par de toquecitos en el hombro me he dado la vuelta y me he encontrado con un panorama magnífico.
Empecé con Ann Radcliffe y «Los misterios de Udolfo». Un amigo, fascinado por la literatura gótica, fue quien me habló de esta novela. La empecé con poco interés y cierta curiosidad, y me cautivó inmediatamente. «Los misterios de udolfo» me enamoró desde el primer momento porque conjuga una inocencia y una ingenuidad dulces y delicadas, con una profundidad de pensamiento en el razonar de sus personajes y una visión purísima del amor y del bien, que se corresponden punto por punto con la figura, Las acciones, los sentimientos y pensamientos de la heroína, Emily St. Aubert. Emily es dulce y delicada, bella y bondadosa, pero en absoluto ñoña, tonta o débil. Valerosa y firme cuando hace falta, tiene que recurrir a esa gran energía interna porque se ve sometida a múltiples calamidades y pruebas a lo largo de toda la obra. Los enredos y las malas artes no vencen ni doblegan su valor, su amor y su rectitud. Los misterios al final se deshacen como la sal en el agua y triunfa el amor, la razón y el bien: ¡Qué más se puede pedir! Y en esta mezcla de agua y sal, el resultado no puede ser ni melífluo ni soso, sino que queda en su punto de sazón.
«Los misterios de Udolfo» se publicó en 1794 y, pocos años después, Jane Austen estaba escribiendo ya «La abadía de Northanger», inspirada de algún modo en aquella, como una contestación amable y divertida a la historia de las calamidades de Emily. Yo no había leído nada de Jane Austen: con títulos como «sentido y sensibilidad» o «Orgullo y prejuicio», haciendo gala de una buena dosis de este último, me había imaginado que estaba ante una ensartadora de ñoñerías… Y me llevé una agradabilísima sorpresa y una colleja en mi presuntuoso ego.
«La abadía de northanger» se escribió entre 1798 y 1799, lo que da idea del exitazo que tuvo que ser «los misterios de Udolfo». Sin embargo, no fue publicada hasta 1817. En esta novela la protagonista, Catherine Morton, es una chica normalita, que se va de vacaciones a Bath, donde descubre que no es tan fea ni tan poca cosa como ella cree, al despertar el interés de algunos jóvenes.
Catherine está leyendo «Los misterios de Udolfo» y, bajo su influencia, se ve como una heroína romántica. Busca misterios donde no los hay y malvados villanos, como el conde Montoni de Los Misterios, donde realmente solo hay «thorpes», pronunciado a la española. Y digo esto porque el principal pretendiente de Catherine, John Thorpe, se podría haber llamado aquí con todo acierto «Juanito el torpe o», casi mejor «el fantasmón vocazas».
Pero uno de los líos más embarazosos surge porque Nuestra catherine Morton, recién salida del cascarón, con su Udolfo entre las manos y enamoradísima de Henry Tilney, es invitada por la familia de este joven a pasar una temporada en su abadía de Northanger. A pesar de este nombre, el lugar no tiene nada de sombrío ni de misterioso, para asombro y decepción de Catherine, aunque ella se las arregla para suplirlo todo con su imaginación.
¿El resultado de todo esto?: ¡Estupendo! No tanto por el esperado final feliz de la pareja, después de varios malos entendidos, sino porque la novela es divertida, inteligente y chispeante. Por momentos la pintura de los personajes y de la sociedad me recuerda muchísimo en su estilo a la que hace Oscar Wilde en sus obras, con esa misma ironía y ese mismo humor tan «british».
Tengo que confesar además que a mí me pasa también un poco lo que a Catherine Morton
me contagio de los gustos, las costumbres y los penssamientos de los personajes de los libros que leo, y, tal vez por eso, no me gustan los que tratan o reflejan temas de actualidad. Para presente, ya tengo con el propio. Y, también como ella, hablo con entusiasmo de mis lecturas, gracias a lo cual, al expresar el que me despertó el hallazgo de «Los misterios de Udolfo», un amigo me descubrió la existencia de «la abadía de northanger, y así fue sencillo seguir el hilo.
Los pasos siguientes los di tras la referencia de los recuerdos de la infancia. Había que leer a las hermanas Brontë. Comencé por «Jane Eyre», que tan conocida nos resulta a todos, al menos a las personas de mi generación. ¿Cuántas veces habremos visto alguna de las versiones cinematográficas en la tele? yo creo que es una de esas películas que ponían cada año y que todos tenemos grabada en la memoria. Es más, desde que recuerdo, siempre que me he visto con el pelo alborotado me ha salido eso de: “¡parezco la loca de «Jane Eyre»!”.
Con todo y eso, sabiéndome la historia de cabo a rabo, la novela me atrapó desde el primer momento. La heroína ya no es bella ni perfectamente capaz de mantener a raya sus pasiones y emociones. Es una muchacha luchadora, inteligente e independiente, que no busca el amor romántico e ideal, sino forjarse un futuro con su trabajo y su esfuerzo. No obstante, sí encuentra el amor y lo vive con intensa sinceridad y total entrega.
Los paralelismos entre la vida de Charlotte Brontë y Jane Eyre son más que evidentes y se ha hablado mucho de ellos: el terrible internado donde pasa gran parte de su infancia, la muerte de sus seres queridos, su amor por un hombre casado… En fin, Charlotte se retrata en esta novela con pasión y adornando su historia con un final feliz que, lamentablemente, no se correspondió mucho con su realidad personal.
Pero el caso de su hermana Emily me ha dejado tottalmente impactada. «Jane Eyre» y «Cumbres Borrascosas», publicadas ambas en 1847, son dos grandísimas novelas. La primera parece que tuvo desde el primer momento una buena acogida, pero no así «Cumbres Borrascosas», que dejó a los críticos tan patidifusos que tardaron en reaccionar.
Por supuesto, yo conocía la trama de esta novela, porque también ha tenido una larga lista de adaptaciones. Creo recordar una radionovela en la que trabajaba Juana Ginzo. Lamentablemente no he podido comprobarlo, porque la he buscado y requetebuscado sin ningún éxito, pero me resuena en la memoria la presentación de cada capítulo como si lo estuviera oyendo ahora mismo: “Cuuumbres Borrascoooosas” Con Juana Ginzo como…”.
En cuanto a las versiones cinematográficas, la que más me gustó fue la de Buñuel, «Abismos de pasión», con la música de «Tristán e Isolda» de Wagner. Ahora, habiendo leído la novela, me parece que capta por completo y trasmite el espíritu fatal y opresivo que se respira en toda ella, y el inevitable triunfo de lo sobrenatural.
«Cumbres Borrascosas» es la que más me ha sorprendido e impresionado de estas cuatro novelas. Es sobrecogedora y profunda. En ella los personajes están vivos, no son ni perfectamente buenos ni perfectamente malos. El amor y el odio se entrecruzan y hasta se confunden. La naturaleza no tiene piedad, ni los amantes tampoco. Hay un fatum, un veneno enloquecedor que trastorna y arrastra a la perdición. En «tristán e Isolda», bebido el filtro de amor, se nubla la razón de los amantes; en «Cumbres Borrascosas» no se sabe cuál es el filtro ni de dónde sale, si del aire o si de la propia sangre, pero sus efectos son igual de insoslayables.
La belleza y el bien ahora ya no van juntos en perfecto paralelismo, ni en las personas ni en la naturaleza. En ocasiones graves, los rasgos hermosos acaban por deformarse, la fealdad se trasciende y la naturaleza plena de energía es un peligro atractivo y traicionero.
Parece que el equilibrio solo puede darse en los personajes que observan los ehchos desde cierta distancia, porque no están impregnados del veneno de las pasiones que sacuden la trama. Este es el caso de la principal narradora, Nelly Dean, ama de llaves, que a mí tanto me recuerda al señor Betteredge de “La piedra lunar” de Wilkie Collins. Ambos son excelentes narradores, que saben contar la historia sin perderse en las emociones, aunque no dejen de estar implicados en ellas.
«Cumbres Borrascosas» está escrito por una muchacha que murió a los treinta años, sin experiencia del mundo. Emily Brontë, que se sepa, no tuvo amores, no conoció a muchas personas y no viajó como su hermana Charlotte. ¿De dónde sacó entonces todo lo que volvcó en esta novela? Pues supongo que de un infinito universo interior, de una gran capacidad de penetración y de una extremada sensibilidad, que tal vez traía ya en su mente desde mucho antes. Quién sabe.
De Emily St. Aubert a Catherine Morton o a Jane Eyre hay una gran distancia cualitativa y cuantitativa; pero, si la comparamos con Catherine Earnshaw, la distancia es astrronómica. La ideal Emily, dulce, buena y bella siempre, contrasta con la carnal y tangible Catherine, hermosa, excesiva, caprichosa, pasional, cruel, egoísta, etc; en todo caso, viva aún después de muerta.
Lo mismo sucede con los personajes masculinos. Del pánfilo de Valancourt al ingenioso y despierto Henry Tilney o al atormentado y gruñón Rochester media una gran distancia, pero los personajes masculinos de “Cumbres Borrascosas” están aún más lejos, son otra cosa. El previsible malvado conde Montoni cumple bien su papel de malo malísimo, sin fisuras, en el castillo de Udolfo; pero la vivacidad del misterioso, salvaje e imprevisible heathcliff, torturador y torturado a la vez, devorado por pasiones de amor y odio, se escapa de cualquier intento de análisis comparativo con los anteriores personajes.
A pesar del necesario final feliz de “cumbres Borrascosas”, al leer las últimas líneas no quedamos en paz, igual que tampoco quedan en ella los amantes que siguen juntos, en aquellos parajes de Yorkshire, en su casa de Cumbres Borrascosas, más allá de la muerte. En Las novelas anteriores los finales son felices y tranquilizadores, las leyes conocidas y naturales se mantienen, las normas sociales se respetan, y todo queda como tiene que ser. Sin embargo, en la novela de Emily Brontë las pasiones profundas triunfan sobre la razón y sobre las normas morales, sociales y, más aún, sobre las propias leyes naturales de la vida y la muerte.
Hace más de veinte años, una joven, vestida con un traje largo de color salmón pálido y negro, esperaba al atardecer, apoyada lánguidamente en el alféizar de una ventana, la llegada de un caballero. Cuando él llegó, al verla, le dijo que parecía una heroína romántica. Aquello tan aparentemente trivial, la marcó profundamente. Ninguno de los dos existen ya, por razones diferentes, pero hoy comprendo bien qué es lo que quiso decir aquel, y cuán acertado estaba.
https://marymer.wordpress.com/2015/10/18/las-dakinis-del-siglo-xx-2/
Magnífica entrada. Juana Ginzo recibió en 1973 el Premio Nacional de Radio a la mejor actriz por su interpretación en «Cumbres borrascosas», cuya adaptación había emitido Radio Madrid, emisora de la Sociedad Española de Radiodifusión, en 1972.
Muchas gracias por la entrada.
Besos.
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Me alegro muchísimo de que te haya gustado. Muchas gracias por leerla y por tu comentario. Parece entonces que no andaba yo muy desencaminada con lo de Juana Ginzo. sería bonito conseguir esos audios, pero no sé si estarán disponibles. Y, claro, muchas gracias por haberme descubierto «La abadía de Northanger», sin ella esta entrada no habría sido posible. Un beso.
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Últimamente supe de la existencia de una serie de TV de 1968 basada en «La abadía de Northanger», con un estupendo elenco de actores, encabezados por Lola Herrera como Catherine. Me ilusioné con la idea, pero el chasco llegó de inmediato. La versión es terrible. El texto se desvirtúa por completo. Toda la ironía y el doble sentido desaparecen. Por desaparecer, hasta el joven pretendiente deja de ser pastor protestante para convertirse en profesor de historia. Parece que esto era mucho para la censura de la época. De una novela crítica con la literatura gótica y sensiblera hacen una telenovela insulsa y ñoña. Todo un éxito de la represión y el papanatismo de la época. ¡Qué le vamos a hacer! Sé que también hay una versión de entonces de «emma», pero no me atrevo ni a mirarla. Si llego a ver la serie antes de leer la novela me hubiera hecho una idea muy, muy distinta de la que expongo en esta entrada. En fin, ya veremos si me animo a probar.
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