estanque nocturno
Lotos pintados
en el estanque negro.
¿De dónde vuelven?
Cuando era niña para mí las flores de loto no existían. Entonces solo había nenúfares (una palabra preciosa). No sé si la correspondencia es exacta entre loto y nenúfar, pero sí que en todas sus variedades estas son flores de plantas acuáticas, que emergen flotantes en aguas tranquilas.
Tranquilísimas y pétreass eran las aguas brillantes y negras del gran adorno que ocupaba la mesa baja, en la sala de espera de la consulta del médico que tanto visité en mi infancia y adolescencia; hasta que pude decidir por mí misma no volver nunca más.
No recuerdo dónde estaba ubicada la consulta, pero desde luego que en un barrio y en un edificio que no tenían nada que ver con los lugares en los que transcurría mi infancia. Sobrecogía atravesar aquel portal, pisar aquellos suelos de madera oscura y brillante y sentarse en los enormes sofás. Todo era solemne y ajeno.
La sala de espera, oscura y silenciosa, decorada con cortinoness, cuadros sombríos y muebles pesados, exigía silencio sin carteles ni reconvenciones. Yo permanecía casi inmóvil todo el tiempo que duraba la espera, con la mirada fija en el centro de mesa, que nunca me atreví a tocar. Tenía aspecto de ser muy pesado. Era grande, parecía una pétrea ensaladera, redonda y maciza, con otra superpuesta en el centro, más pequeña, pero igual de maciza y de negra.
No era bonito aquel engendro. Al menos a mí entonces no me lo parecía; y ahora, en el recuerdo, tampoco. Tal vez pretendía cierta reminiscencia a laca nanban, pero haría falta mucha generosidad para pensar que siquiera se acercasse a tal cosa. Se trataba de un adorno pretencioso y soberbio, más parecido a un monumento imponente a la ostentación venida a menos. Solo lo salvaban aquellas pequeñas flores de loto, los nenúfares pintados que lo bordeaban y salpicaban; estrellitas delicadas sobre una mole de brillante negrura.
La imagen de aquel centro de mesa ha emergido de las aguas tranquilas de la memoria. Me ha devuelto aquella extrañeza que me embargaba al contemplarlo. Esa sensación de ser una criatura aislada en un mundo ajeno y pétreo, como ese estanque nocturno y misterioso donde es imposible sumergirse, ni siquiera rozarlo, como los nenúfares pintados que supe prohibidos y nunca me atreví a tocar.
Una evocación de extraordinaria plasticidad. Los objetos adoptan una dimensión presente y muy bien ligada al poder de la reminiscencia, es decir, de llevar la atención del lector a una reflexión de gran hondura.
Excelente entrada, muy espontánea.
Dicen nuestros súper tacañones que loto y nenufar no es lo mismo. Parece ser que las flores de nenufar se hunden en el agua. Un detalle de despreocupación por parte de la autora (le perdonamos que no se haya levantado a comprobarlo) que no resta un ápice de sensibilidad a la reflexión. Más bien le da un aire de la corte Heian.
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Muchas gracias por el comentario, por la aclaración y, sobre todo, por no ser exigente. estoy perezosa y me he dejado mecer por la evocación. Sumimasen. Tengo que ser más diligente.
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Aguas profundas, / mares de la memoria: / reminiscencia.
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Precioso haiku. Diría que además más apropiado que el que yo he essccrito. Doumo arigatou anata wa haijin desu ne!
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Ya me gustaría a mí decir tantas cosas con tan pocas palabras. Me quedaría más tiempo para comer y dormir.
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Muy poético
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Quita la glosa del comer y el dormir y verás que es un gran piropo
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No la toques, que así es la Rosa (O la glosa)
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