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Desde el ángulo oscuro

5 05Europe/Madrid junio 05Europe/Madrid 2018

Los dos despertamos a la vida en el instante en que nos encontramos. Fue un despertar súbito. Quedamos sorprendidos y asustados, zarandeados por un encontronazo lo bastante fuerte como para sacarnos para siempre del adormecimiento de la normalidad.
Bueno, decir que «nos encontramos» es mucho decir. Nos cruzamos fugazmente, sin entender nada, sin conocernos, como dos puntos luminosos que se tocan un instante y siguen velozmente describiendo una línea con su estela. Pero no. Pensándolo bien, tampoco fue así. Sería más exacto hablar de dos puntos que, al chocar, desviaron su trayectoria para siempre.
Las causas y las condiciones que modelan los destinos son tan complejas y tan cambiantes que es inútil intentar perseguirlas. Así que ¿cómo saber por qué aquella tarde, a la vuelta del colegio, su mirada infantil se prendió de mí? ¿Cómo explicar que ese leve toque me diera la vida, esta extraña vida?
Al entrar al comedor tropezó con mi imagen colgada de la pared: cambio de hoja en el calendario, y allí estaba yo. Su intensidad me traspasó. Vibré un instante y todo cambió para siempre. Claro, salió corriendo de inmediato, asustado al darse cuenta de que había sucedido algo y que le estaban observando desde un lugar imposible.
Procuró olvidarlo y seguramente así fue, al menos aparentemente. Pero la trayectoria de la estela de los puntos se había trastocado. Siguió su vida, siguió creciendo, entretenido en todas las cosas en las que se distraen las personas para no darse cuenta de que viven. Desde mi tiempo, tan ajeno al suyo, yo permanecí sin más, existiendo fuera de su alcance, de su comprensión.
Pasaron los años y aquellos puntos de luz volvieron a encontrarse en su zigzagueante carrera. Se había convertido en un hombre. Aún era joven. Pasó por la acera, delante de mí. Tal vez ni se hubiera fijado en mi presencia si la muchacha que iba a su lado no se me hubiera quedado mirando embobada. Tras el vidrio del escaparate me sabía atractiva. Ya no era solo una imagen repetida en un calendario, sino una creación armoniosa y elegante, y fuente de belleza y placer en manos de quien supiera abrazarme. No obstante, él estaba pendiente de otros abrazos más cálidos y de otras miradas más cercanas, aunque no más reales que la mía. Por eso solo reparó en mí el instante que persiguió lo que cautivaba a su acompañante. Y, sí, me reconoció. Lo vi en su gesto y en su ademán. Tomó del brazo a su amiga y se la llevó rápidamente lejos de mí.
Supongo que volvió a tener miedo. Las personas temen tanto a lo que no pueden comprender. Creen que lo resuelven cerrando los ojos, distrayéndose con la vida: leyendo historias, yendo al fútbol, poniendo la tele, comprando acciones, escuchando jazz… Hay tantas maneras de distraerse para no escuchar lo que no se entiende. Es tan fácil.
Han pasado ya décadas desde aquel día. Para mí no importa. Mi tiempo se desliza lenta y dulcemente. He estado en muchos lugares. He sido abrazada por hombres y mujeres. A todos me he ofrecido, pero no todos han sabido sacar lo mejor de mí, no todos han sabido hacer nacer de mí toda la belleza y la armonía, pero sé que he sido fuente de momentos sublimes, aunque me haya faltado su amor para culminarlos.
Llevo demasiado tiempo olvidada en este salón. Las visitas pasan, observan y me contemplan con reverencia. Como otra pieza más del museo, nadie me toca ni me abraza ya. Aquí mi vida tiene muy poco sentido. Formo parte de un falso escenario romántico. pretenden que desde este ángulo oscuro evoque a aquella otra arpa, «de su dueña tal vez olvidada», que el poeta iluminó para siempre en su rima. Pero yo no tendré tanta suerte…
Es la hora del crepúsculo y ya no queda nadie transitando por estos salones. Todo se representa tan artificial y tan académico aquí que, ni cuando llega la noche, se atreven a deslizarse sombras blancas que acaricien mis cuerdas laxas entre susurros. No hay nada más que objetos vacíos a mi alrededor. La soledad de las noches es abrumadora entre las cosas que nunca han sido miradas con amor.
Recortada contra la luz crepuscular, ante la puerta, surge una silueta de hombre. Es el último visitante del día. Lo reconozco inmediatamente. Ahora ya es un anciano. Tiene el cabello blanco, pero conserva su porte. No hay ninguna duda para mí. Desde la entrada contempla el interior del salón. al principio me parece que ni va a entrar. Pero, de pronto, me ve y me reconoce como yo a él. Veo en sus ojos brillantes que no tiene miedo. Viene hacia mí, sereno y decidido. Mis cuerdas se tensan deseando su toque amante, esperado largamente como un placer inimaginable.
Y, desde la acera, empieza a oírse el milagro: la pasión y la belleza del amor convertidas en música de arpa ya nunca olvidada.

From → Espejismos, Ficción

One Comment
  1. Víctor Fernández-Chinchilla permalink

    Precioso y emotivo cuento. Y con final feliz, que siempre se agradece. Cada vez lo haces mejor

    Le gusta a 1 persona

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