Mi Vecino Pere
Tal vez me equivoque, pero supongo que ya quedan pocas personas que mantengan una agenda con números de teléfono y direcciones además de la que incluyen los teléfonos móviles. Aunque no con regularidad ni de manera rigurosa, yo sí la he ido manteniendo, y me he dado cuenta de que en ella las anotaciones permanecen más tiempo, como si no estuvieran sujetas a los vaivenes de la vida.
Anoche borré el contacto de mi Vecino Pere. Pongo Vecino con mayúscula porque no creo que nadie pueda llegar a ser más vecino mío de lo que lo fue él. Hace ya casi veinticinco años que vivió durante tres o cuatro meses en el apartamento que estaba justo al lado del mío y, desde entonces, siempre me siguió saludando con su «¡Hola, vecina!».
Pere, tras esos meses en Madrid, volvió a su Barcelona y más tarde marchó a vivir a Mallorca, donde falleció la semana pasada. Durante todos estos años no nos hemos encontrado muchas veces, pero sí algunas, tanto aquí como en Mallorca. No obstante, hemos hablado mucho por teléfono. Siempre mantuvimos el contacto, y debo decir que me he visto especialmente distinguida por su amistad y su confianza durante todos estos años.
Pere tuvo una vida difícil y un carácter complicado. Era un hombre en conflicto que sufrió mucho por ello. A veces me resultaba muy difícil seguir su discurso y escucharle verdaderamente. Ahora pienso que tal vez podría haberlo hecho más y mejor. Siempre parece que se podría haber dado más cuando ya no hay nada que hacer.
El martes de la semana pasada hablé con él por última vez. Me dijo que estaba ingresado para que le realizasen unas pruebas, pero que estaba bien. Su voz me sonó especialmente dulce y tierna. Reconozco que eso me inquietó. No sé cómo explicarlo, pero, siempre que he escuchado a una persona enferma hablar con esa «musicalidad», ha sido indicio del final. Es como si toda la ternura y todo el amor se concentrasen en la entonación de las frases más sencillas y triviales, como si adquiriesen una dimensión especial porque algo sabe que quedan pocas cosas que decir y poco tiempo para decirlas.
Intenté volver a llamarle, pero los días siguientes saltaba siempre el contestador. Miraba la hora y el día en que se había conectado por última vez al WhatsApp, y el resultado siempre era el mismo: el martes a las 20:33. Ayer ya no pude más y me puse a llamar a todos los hospitales de Mallorca en busca de noticias suyas, pero no tuve éxito alguno. Al fin, me rendí a lo que suponía. Pasadas las once de la noche, llamé a la funeraria municipal. Tuve la inmensa suerte de encontrarme con un empleado sensible y considerado, que me dio la noticia con delicadeza, a pesar de las normas. Nunca se podrá imaginar lo que se lo agradeceré siempre, porque no tenía ningún otro modo de saber de mi siempre Vecino Pere.
Después de un rato de dar vueltas por la casa, necesitaba hacer algo. Consulté otra vez el teléfono. Me pesaba el chat abierto inútilmente y, aunque dudando, me decidí a borrar el contacto de Pere de la lista.
En estos últimos años me he visto otras veces en la penosa situación de hacer esto mismo y por las mismas razones. Siempre me cuesta. No sé cómo explicarlo, pero casi lo siento como un desaire o una desconsideración.
Pero en la otra agenda, la que crece libre del teléfono móvil, que permanece ajena a los ajetreos de la vida, los nombres y los teléfonos perduran porque no son enlaces a ninguna red telefónica, sino a la luz de la memoria y del corazón.
De vez en cuando, pero mucho más de vez en cuando, reviso también esa otra agenda. Tarde o temprano el nombre de Pere y su número de teléfono desaparecerán de ella, pero aquí y ahora queda grabado mi recuerdo, mi cariño y mi amistad de Vecina hasta en la distancia más grande que nos marca la vida cuando abandona el cuerpo.
Así que, Pere, ni siquiera por estas dejaremos de ser siempre Vecinos.
Un texto precioso, Marimer. Felicitaciones.
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Muchas gracias, maja. Está escrito de corazón.
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