Un portazo («Casa de muñecas»)
Un portazo da fin a una vida de purpurina y cartón piedra, y comienzo a otra inquietante, seguramente difícil, pero verdadera.
Como es de rigor, también con un portazo terminó la función de “casa de muñecas” a la que acudí hace pocos días, en el teatro Karpas de Madrid. Después, comprobando la fecha de su estreno, el 21 de diciembre de 1879, me di cuenta de que hace ya más de 140 años de aquello y, sin embargo, esta obra parece no haber envejecido.
Este texto de Henrik Ibsen es de sobra conocido, no obstante, las excelentes interpretaciones de todos los actores me envolvieron en la trama y la viví intensamente. La pequeña sala del teatro Karpas se convirtió en el salón de la casa de los Helmer.
Este portazo del siglo XXI dio fin a la representación, pero yo he seguido pensando en ella. Pensando en algunas de las palabras de Nora en la escena final, que me iluminaron como un fogonazo:
Torvald: ¡Qué injusta y desagradecida eres, Nora! ¿No has sido feliz aquí?
Nora: No, nunca. Creí serlo; pero no lo he sido jamás.
Torval: ¿No… que no has sido feliz?…
Nora: No; sólo estaba alegre, y eso es todo…
¿Se puede estar alegre sin ser feliz? Sí. En ese momento, escuchando a Nora me di cuenta de que sí, de que tal vez más de una vez una alegría instantánea hace olvidar la insatisfacción profunda, como lo harían unas gotas de anestésico contra el dolor existencial. Y esto puede ser bueno cuando la herida está muy abierta, no digo que no, pero se corre el riesgo de olvidarse de la enfermedad aliviando los síntomas, que así no van a desaparecer nunca y que requerirán de «drogas» cada vez más fuertes, de estímulos brillantes y efímeros y de distracciones constantes.
Nora da un portazo para salir de la alegría y buscar la verdadera felicidad, empezando por encontrarse con ella misma, con ese territorio tan desconocido y tan misterioso que es la propia mente y el propio corazón.
Hoy, pensando en todo esto, me preguntaba cuántas veces habré dado un portazo para salir de una «casa de muñecas», construida sobre todo por mí, y cuántas veces me he vuelto ha meter en otra sin darme cuenta, también levantada a mi alrededor por otros.
La tentación de refugiarse de la insatisfacción es tan grande… Pero, si te fijas bien, las paredes son tan de atrezo en las casas de muñecas que, a poco que sople el viento de la conciencia, se derrumban, te caen encima y es peor el remedio que la enfermedad: la verdad se abre paso y te ves en medio de un escenario roto y mediocre.
En fin, pensándolo bien, antes de encontrarse en una situación tan lamentable, casi va a ser mejor volver a dar un portazo todas las veces que sea necesario, salir de nuevo a la intemperie para sentir el vivificante frío de enero. Además, aquí en Madrid, en el siglo XXI y con el cambio climático, por muy invierno que sea, no se puede ni comparar con la azaña de Nora: ¡Con lo que tendría que ser el invierno de Noruega en el siglo XIX! Y todavía más para una mujer que deja su casa, a su marido y a sus niños para ir en busca de su libertad y su verdad. Eso sí es echarle valor.
Después de leerte, tengo ganas de ir a ver Casa de muñecas. Por la obra y también por la sala. Me encanta un sitio así. Antes que después caerá. Y luego comentaremos 🙂
¡Qué bien!
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¡Me alegro muchísimo! Muchas gracias. Claro que sí, ya lo hablaremos.
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El portazo hubiera sido mucho mejor si ella se hubiera quedado dentro, a lo calentito, y hubiera mandado a la intemperie al marido y a los niños
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😈👏🏽
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