Noche transfigurada
Me he despertado con una sensación extraña, inquietante, con la certeza de que algo no estaba en su sitio… ¿Tal vez yo?
No he abierto los ojos para no despertarme del todo. Mejor intentar dormir, dejarlo pasar, mañana hay que levantarse a las seis y media y seguro que no son ni las cuatro…
No. no. Nada de mirar la hora, es peor, es mucho peor. Luego me enfrasco con discursos mentales sobre lo que falta para levantarse y ahí sí que no me duermo.
Pero la sensación inquietante sigue ahí instalada. Algo no está en su sitio. algo está fuera de su eje.
Extiendo la mano para darle al botón del reloj parlante. No he entendido lo que ha dicho pero no es su voz. Desde luego mi reloj no habla así. Nunca ha tenido ese tono y siempre que ha ido bien de pilas ha dicho la hora, como corresponde a su condición de reloj parlante.
La atmósfera de la habitación es distinta. Algo está desubicado. definitivamente es así. Extiendo la mano más arriba de la almohada y toco un cabecero de madera y un trozo de empapelado viejo y desprendido.
Mi habitación no está empapelada ni mi cama tiene cabecero, así que está claro que algo está pasando. Ya no puedo seguir haciendo como si nada.
He habierto los ojos y he reconocido el espacio. La habitación es mi habitación. bueno… podría ser mi habitación si no fuera porque, cuando me acosté había otros muebles diferentes y estaba pintada con un gotelé naranja.
Sé que el gotelé no está de moda y que hay gente que lo odia, pero a mí no me molesta. No me parece tan mal, la verdad.
Cuando compré este piso no me daba el presupuesto para alisar y enlucir las paredes. Salía mucho más barato pintar sobre el gotelé ya existente. Opté por eso, por dejarlo estar añadiéndole colores fuertes y brillantes que le imprimieran un carácter propio a la casa.
Creo que el resultado fue bueno. Un equilibrado juego de modernidad y desenfado en un piso del siglo XIX, con lo que eso supone en la estructura y disposición de la casa. Bien pensado, mi piso es ahora como una abuelita ye-yé.
Pero no. Ahora no. Ahora es como una auténtica abuelita de 1890. Me he despertado dentro de otra versión de mi habitación, como si el espacio se hubiera rebelado quitándose los vaqueros y la camiseta naranja y la abuelita se hubiera plantado de nuevo su toquilla relavada.
La cama es más pequeña. Ya no es mi gran somier de madera de haya japonesa con futón. ahora estoy en una cama con un cabecero de madera sencillo en una habitación empapelada en tonos desvaídos y marchitos. ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Qué está pasando?
La luz que entra por la puerta es también muy extraña. Tan amarilla como si procediera de un foco gigante colocado en la calle. Como la habitación no tiene ventana propia, esa luz entra del salón. Ya no me ha quedado más remedio que levantarme y salir a ver dónde estoy, o cuándo estoy, o quién soy, o…
La entrada en el salón ha sido aún más inquietante. Nada está como cuando me acosté y la luz que entra por el balcón es tan intensa como artificial, como si hubiera una nave espacial enchufando un chorro de luz desde la calle. Mi piso ya no sé si es mi piso porque todo es distinto, hasta el aire que se respira.
Ya no hay ninguna duda. De pronto lo he tenido claro: estoy atrapada en otro tiempo y no se cómo me he metido ahí. ¿Habrá alguien más conmigo? ¿Alguien del pasado?
Me da un escalofrío, pero emprendo la inspección pasillo adelante para ver si estoy sola. Y, sí, lo estoy, pero es aún más aterrador porque no sé cómo voy a volver, no sé cómo pedir ayuda ni a quien. No hay teléfonos ni ordenadores. ¿Podré salir de esta casa? ¿Habrá dónde ir? ¿Se habrá descolocado también todo lo de fuera?…
No sé por qué, pero tengo la certeza de que, si salgo por las buenas (en el caso de que eso sea posible), las cosas van a ser aún peores, estaré más perdida en un espacio mayor y sin saber qué me está pasando y qué me amenaza.
De pronto he oído voces en la escalera. ¡Son ellos! ¡Es la vecina del piso de al lado con su niño que vuelven a casa! ¡Qué horas de andar por ahí con un crío!
Ahora sí que sí. Me doy cuenta de que es mi única oportunidad. Si salgo, si puedo abrir la puerta y hablarles volveré a mi realidad. Ellos son el vínculo. O conecto con ellos o me quedo atrapada para siempre en este piso descolgado del curso del tiempo. Seguro que la realidad que tenía hasta hace unas horas no es la mejor del mundo, pero es la que me sé y la que más o menos entiendo. ¡Menudo lío meterse en otra con casi cincuenta años organizando esta!
A pesar de los nervios, abro la puerta y, justo en el momento en que voy a hablarle a María…
¡Plin!
Estoy de nuevo en la cama: en MI CAMA.
Sin abrir los ojos, sin tocar la pared, sé que ya no hay luz amarilla ni papel pintado. No se oye hablar a los vecinos recién llegados (qué raro… qué rápido se han acostado, con lo poco que le gusta a este niño meterse en la cama). Y me doy cuenta de que oigo pasar un coche por la calle, con su motor del siglo XXI… Y caigo entonces en que hace unos momentos no se oía nada, que el silencio era casi sólido y artificial, como la luz que entraba por el balcón.