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Satisfacción frente a entusiasmo

13 13Europe/Madrid agosto 13Europe/Madrid 2014

No vayamos a decir que las discusiones que uno entabla con sus amigos son como los diálogos de Platón, pero, de vez en cuando, se suscitan debates que le dan a una qué pensar, y eso a mí siempre me viene bien.
En estos días ha surgido en mis charlas con un amigo la comparación/oposición entre entusiasmo y satisfacción. Por decirlo de algún modo, él está de parte del primero y yo de la segunda.
Partiendo de las definiciónes del DRAE de «entusiasmo» y satisfacción», la verdad es que, al menos de entrada, resulta mucho más atractivo y chispeante el primero que la modesta satisfacción. Veamos alguna de las acepciones que propone la RAE para estos términos:

«Entusiasmo”: “Exaltación y fogosidad del ánimo, excitado por algo que lo admire o cautive». «Adhesión fervorosa que mueve a favorecer una causa o empeño». «Furor o arrobamiento de las sibilas al dar sus oráculos». «Inspiración divina de los profetas». «Inspiración fogosa y arrebatada del escritor o del artista, y especialmente del poeta o del orador».

Y, frente a tanto arrebato y tantas campanillas, ahí va lo que nos dicen de la satisfacción:

«satisfacción»: «Razón, acción o modo con que se sosiega y responde enteramente a una queja, sentimiento o razón contraria». «Confianza o seguridad del ánimo». «Cumplimiento del deseo o del gusto». «Una de las tres partes del sacramento de la penitencia, que consiste en pagar con obras de penitencia la pena debida por las culpas cometidas».

Vamos, que con esta presentación defender a la pobre satisfacción, tan modesta, tan con su suéter de punto de cuello a la caja y sus zapatos bajos, frente al guaperas del entusiasmo, con su torso bronceado, sus musculitos y su mirada chispeante, es casi imposible, más aún si nos fijamos en la etimología de ambas palabras:

«El ‘entusiasmo’ que se apodera a veces de nosotros es una ‘exaltación del ánimo’, un ‘fervor interior’ que parece venir de fuera, de alguna fuerza superior a la nuestra. La palabra, que existió en el latín tardío ‘enthusiasmus’, viene del griego enthousiasmos: ‘inspiración divina’, ‘arrebato’, éxtasis. Una voz formada de ‘entheos’ o ‘enthous’ (que lleva un dios dentro: “en” + “theos”). El entusiasmo era el ‘furor o arrobamiento de las sibilas al dar sus oráculos'».

Así que el entusiasmo es hasta sobrenatural y divino. Pero, ¿qué pasa con la procedencia de “satisfacción”? Pues, claro, es más modesta. Esta palabra es de origen latino y se forma a partir de “satis” (“bastante, suficiente), “facere” (“hacer”) más el sufijo “-ción” (que indica acción y efecto).

ASí que no digamos más, de tocar con los dedos el cielo e impregnarse de la naturaleza divina a hacer lo suficiente y mantenerse ahí hay una distancia enorme. Sin embargo, con todo, me quedo con la satisfacción. ¿Por qué?
Porque no me fío de los guaperas de relumbrón. Como dice la dulce Marilyn en «La tentación vive arriba», yo me quedo con el hombre tímido del rincón, sensible e inseguro. El entusiasmo es ese tipo deslumbrante que, al final, resulta vano y fátuo, efímero e inconsistente por naturaleza. Fuegos artificiales y nada más.
No creo en dios y, por ello, no lo escribo con mayúsculas. Y, si no creo en él, mucho menos me voy a creer arrobada o insuflada de esa presencia. Vamos, que no me fío un pelo de esos subidones supranaturales.
Y, al hilo de esto, recuerdo unas palabras de Borges, incluídas en un diálogo entre él y Sábato, que siempre me han hecho mucha gracia y con las que me identifico. Comienza con la respuesta de Borges a la pregunta de qué opina de dios:

Borges: (Solemnemente irónico) ¿Es la máxima creación de la literatura fantástica! Lo que imaginaron Wells, Kafka o Poe no es nada comparado con lo que imaginó la teología. La idea de un ser perfecto, omnipotente, todopoderoso es realmente fantástica.

(…)

Sábato: Pero dígame, Borges, si no cree en Dios ¿por qué escribe tantas historias teológicas?
Borges: Es que creo en la teología como literatura fantástica. Es la perfección del género.

En fin, mucho rollo, mucho rollo y mucha cita de autoridad guasona e irreverente para decir que la relación entre el entusiasmo y dios me hace a aquel todavía más sospechoso de camelo.
No obstante, tampoco sacaré del todo las cosas de quicio: el significado de una palabra, lo que esta denota, no es su etimología, aunque sí lo condiciona en buena medida, e incluso influye más aún en su connotación. Aún así, un argumento en mi contra podría ser que, dioses y arrebatos aparte, el entusiasmo resulta un buen motor para la satisfacción. Pero, ¿es realmente así?…
Cuando uno ha estado entusiasmado con lo que sea, cuando uno ha vivido esa sensación de euforia y cree en ella, no se siente “satisfecho” si no la tiene. A mi juicio el entusiasmo tiene algo de adictivo, como el deseo mismo, y no se conforma con menos. La exaltación busca la exaltación, y un estado calmo de alegría parece insípido y pálido a su lado.
¿Habría entonces que prescindir del entusiasmo? ¿Huír del arrobamiento y de las sensaciones trascendentes? Pues pienso que no. Ni aferramiento, ni aversión, vivirlas con conciencia, pero sin añorarlas ni perseguirlas, sin temerlas ni rechazarlas. Algo así como ponerse el liguero negro y echarse una canita al aire con el guaperas del entusiasmo, pero sin darle mucha importancia al asunto, sin esperar nada más que “darse una alegría”, para volver luego tranquilamente al suéter de punto y los zapatos bajos, que tan confortables y tan cómodos son, y tanta satisfacción proporcionan.

From → Espejismos

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