Pastel de café vienés (no apto para hipertensos)
Este pastel creo que entra mejor dentro de la categoría de postre que de desayuno, aunque esto lo puede juzgar cada uno, una vez que lo pruebe. Lo digo sobre todo porque, zamparse un trozo de pastel de café bebiéndose un idem, se me hace mucho de lo mismo, aunque me consta que ya hay quien lo ha hecho. Lo importante: desde luego, rico está riquísimo.
Los ingredientes son de lo más sencillo:
2 huevos
20 gramos de café soluble.
20 gramos de azúcar vainillado.
80 gramos de azúcar moreno
30 gramos de azúcar glas
120 gramos de mantequilla
200 ml. de nata para montar
150 gramos de harina integral de trigo
1 cucharadita de levadura tipo Royal
1 pizca de bicarbonato
Con todo esto ya nos podemos poner manos a la obra:
Batimos los huevos con el azúcar moreno y el vainillado, vamos añadiendo a esto el café soluble y la mantequilla blandita, de lo que obtenemos una crema uniforme a la que vamos incorporando poco a poco la harina ya mezclada con la levadura y el bicarbonato.
Entretanto hemos preparado el horno para que esté a 180 grados y, una vez volcada la mezcla en el molde, lo dejamos allí dentro, bien calentito durante 50 minutos.
Pasado este tiempo y ya fuera del horno, dejamos que se enfríe el bizcocho sobre una rejilla y nos liamos con la segunda fase que sólo podremos hacer cuando ya esté frío.
En ese momento, levantamos la nata a la que hemos añadido el azúcar glas y la dejamos en un cuenco reservada, para hacer el relleno del pastel.
Por otra parte, tomamos el bizcocho y lo cortamos horizontalmente, de tal manera que la parte superior luego pueda servir a modo de «tapa».
Vaciamos de miga el interior del bollo, cuidando de que queden unas paredes de un grosor entre uno y dos centímetros, dependiendo de lo sólido que haya salido el bizcocho (cuanto más sea, menos grosor será necesario para soportar el relleno). Si la tapa tiene suficiente altura, también podemos vaciarla un poco de miga para rellenarla después.
En el cuenco con la nata montada echamos todo lo que hemos sacado del interior del bizcocho y lo mezclamos bien con aquella, hasta obtener una pasta con la que rellenaremos de nuevo el bollo y la parte correspondiente de la tapa.
Y… ¡A la nevera con ello! que, aunque va a durar poco, como tiene nata está mejor al fresquito.