Conuco urbano
al pie del roble
los limoneros niños
juegan al corro.
¡Conuco prodigioso
surgido en el alféizar!
«Causas y condiciones», siempre es así. Una se da cuenta de lo absurdo que es pretender influir decisivamente en el resultado de las acciones. Una se da cuenta, pero sigue insistiendo, hasta que cuatro semillitas de limón le dan una lección de humildad.
En el alféizar de la ventana de la cocina vive en su maceta el joven roble. vive o malvive, porque el pobre anda no muy fresco, y me tiene preocupada. Tiene un aire adusto, como de «roble mayor», que no consigo quitarle, ni a fuerza de mimos y de caricias, tal vez porque él es así. Me empeño y me empeño en refrescarle, en enternecerle, pero sin resultado.
Sin embargo, con mis mimos, le he regado algún día con el agua de enjuagar el exprimidor. Y, mira por dónde, en ella había semillitas…
Y, sin intervención, sin mimos, sin cuidados, sin intención, las benditas causas y condiciones han dado lugar a cuatro tiernos brotes de limonero, verdes y flexibles, olorosos y juguetones, como cuatro cachorros retozantes. Ellos han convertido una maceta en un conuco urbano, fértil y floreciente, y no yo. Los «limoneros niños» crecen y juegan vigilados por el roble, que no se sabe si los cuida o los mira con sospecha, o ambas cosas a la vez.
Y, claro está, todo eso sin la voluntad de nadie, sin mi voluntad.
Las causas y las condiciones germinan dónde y cuándo corresponde. Una puede regar, puede mimar, puede actuar, pero con tan poco márgen de influencia, que la humildad se impone y la vida gana.