Kushi y yo
Nos conocimos hace catorce años. En este tiempo nos hemos visto crecer mutuamente y hemos llegado a ser mucho más que buenos vecinos.
Desde el primer momento nos caímos bien y yo busqué su compañía sobre todo en las noches de verano. Sentada a su lado he llorado, he soñado y he buceado por los abismos de mi mente. Su presencia firme y cálida, tan vibrante de vida, me reconfortaba siempre y aún lo hace.
Con todo, hasta este año ni nos habíamos tocado. La distancia física entre nosotros no era grande, pero sí suficiente para no alcanzarnos. Además, como nos comunicamos mediante un lenguaje más viejo que las palabras, ajeno a la voz y a la escritura, hasta el año pasado no supe de su lejano origen. Tuve que enterarme porque enfermó gravemente. Fue invadido por unos parásitos que se alimentaban de su savia y que, además, pretendían meterse en mi casa, y algunos lo lograron, pero no por mucho tiempo.
Investigué para saber qué le estaba pasando a mi querido compañero y poder dar con alguna solución. Entonces fue cuando descubrí que mi vecino era un olmo siberiano y que estaba siendo atacado por la plaga de la galeruca. Puse aviso al ayuntamiento y conseguí que algunos de mis vecinos también lo hicieran.
Este año parece que ya está sano y fuerte. Supongo que algo hicieron los jardineros del ayuntamiento y también la tremenda tormenta Filomena que llenó de nieve y hielo las rendijas donde se agazapan esos bichitos hasta la primavera. Mi amigo ha crecido mucho, tanto que este verano desde mi balcón puedo acariciar sus hojas y bailar con sus ramas. Sé que él está contento también por tenerme más cerca. Estoy segura de ello porque me lo susurra cuando sus lengüecillas verdes se entrechocan juguetonas al ritmo de la brisa de la tarde.
Además, hace unas semanas también he sabido cuál es su nombre. En Mongolia mi querido árbol se llama Kushi. Esto me lo chivó Miguel Peyró, que sabe mucho de estas cosas. Fue él quien me sugirió que le llamase así, Kushi, porque es una forma mucho más familiar y cercana de nombrar a un ser tan querido. Por supuesto, enseguida acepté la sugerencia, lo que creo que ha servido para unirnos todavía más.
Solo hay un problema: es que me parece que la difenbaquia, los limoneros, los cactus, el roble, el aguacate y todos los demás, desde sus macetitas, se sienten un poco celosos y no deberían, porque no les quiero menos ni les desatiendo nunca. Es verdad que en estas semanas presto a Kushi mucha atención, pero no es menos cierto que luego llega el otoño, las puertas del balcón se cierran, él pierde sus hojas y se adormece hasta la primavera. Eso sí, el muy bandido se despierta tras el invierno con ganas de jarana. Lo comprobé la primavera del año pasado, cuando, enfermo y todo, dejó caer su semilla en la maceta del albaricoque. Desde entonces ahí están los dos compartiendo espacio y esperemos que se lleven bien, porque no tienen mucho sitio para disputar.
En fin, que Kushi y yo estamos viviendo una relación que crece y evoluciona, más allá de géneros y especies. Para que luego digan: si quieres entenderte de verdad, te entiendes. La comunicación es posible entre todos los seres. ¡Bien que lo sabemos mi Kushi y yo!
¡Ah! Y que conste que estas tres preciosas fotos de Kushi son de mi amigo Javier Marín, que es un artista. ¡Gracias!
La próxima primavera, si sigue creciendo como hasta ahora, lo vas a poder tener dentro de casa
Me gustaLe gusta a 1 persona
Sí. Vamos a pasar de vecinos a pareja de hecho
Me gustaMe gusta